Es ahí, en el motivo inicial donde habría que informarse antes de enzarzarse a cuenta del 'pin parental'. Una desafortunada medida aprobada por la consejería de Educación hace diez meses aunque la polémica haya explotado ahora a cuenta de la intervención de los políticos.

Por cierto, a cuento de qué lo del 'pin' a lo que más bien es un poder de renuncia que se otorga a los padres, sea cual sea su conocimiento y preparación, para que su hijo no participe en actividades complementarias curriculares y no en extraescolares como algunos confunden.

Depuradas las interpretaciones interesadas que se han hecho, desmontadas las visiones complejas donde mezclan políticas educativas con adoctrinamiento ideológico, y descolgados los colajes que superponen moralina, ética y religión, queda lo simple y evidente: de un conflicto particular nació una desacertada medida de aplicación general que terminó asumiendo Vox como idea propia en su programa electoral.

De las miles de iniciativas que los casi 650 centros escolares de esta Región programan cada curso con el criterio estrictamente docente de los profesionales de la enseñanza, una pocas charlas sobre afectividad sexual impartidas por el colectivo No te Prives a comienzos de 2018, protestadas por una minoría de padres y amplificadas por el Foro de la Familia, han traído lo que vivimos estos días.

Pero el origen va más todavía más allá y evidencia el mal de nuestro sistema educativo, impere la legislación que toque en cada momento o en cada cambio de signo de Gobierno.

Salvo casos aislados y dignos de elogio, no existe el pilar básico sobre el que debería construirse la formación: la comunidad educativa. Ese todo que hace que padres y madres, alumnado, profesorado y administraciones públicas trabajen de forma coordinada, comunicada y con confianza mutua para garantizar el funcionamiento de la herramienta básica del progreso de una sociedad.

El interés y la implicación de los progenitores en el colegio en el que estudian sus hijos, el reciclaje y la inquietud por la innovación académica de los educadores, las evaluaciones homogéneas sobre la eficacia de los planes de estudios (mucho más que las estadísticas elaboradas en cuatro pruebas al alumnado), y el respeto a la figura del profesor, son objetivos de los que se habla poco o nada.

El tomar medidas que apuntan al dedo en vez de a la Luna nos mantendrá distraídos de la pregunta vital: cómo y para qué queremos educar.