Ojalá los alumnos de Bachillerato se sacudiesen, de una vez por todas, ese estigma de tener la naif intención de estudiar ‘algo de Letras’ en la Universidad. Pienso especialmente en aquellos de expedientes brillantes que han tenido que aguantar que su entorno cuestione su elección por la Historia o por la Filosofía, que derrochen su talento en detrimento de otra carrera de mayor ‘prestigio’ (=socioeconómico) o con más porvenir.

Y es que los adolescentes y proto-adultos de hoy son hijos de la crisis (según la RAE: cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o una situación, o en la manera en que estos son apreciados), y esta ha cuestionado, y lo sigue haciendo, la seguridad de otras titulaciones tradicionalmente más relacionadas con la empleabilidad. Vivimos en un mundo más dinámico, y, por tanto, más inestable.

Me gustaría decirles a los futuros universitarios (del grado que sea), y a sus familias, que no elijan una carrera solamente porque se le presupongan más salidas laborales, que la demanda de 2020 o 2021 puede ser distinta a la del momento de su desembarco (o naufragio) en el mercado laboral, y que lo que estudienen sus años de Facultad no va a marcar a fuego en lo que trabajen el resto de su vida. Que lo que les espera es un laberinto maratoniano que les obligará a un constante reciclaje, en un paradójico movimiento pendular de especialización/diversificación.

Cuando participamos hace un par de meses en la Feria de Facultades dirigida a alumnos de la ESO, reflexionaba con algunos estudiantes voluntarios de nuestro Grado sobre cómo el perfil mayoritario de los estudiantes de Historia es vocacional. Ni que decir tiene que eso es algo maravilloso para el profesor, pero sobre todo para el alumno, que encuentra entre sus nuevos compañeros a su fandom. Gente, en definitiva, con la que compartir inquietudes y otras rarezas. Con la que debatir por culpa de ello. Junto a la que crecer como ciudadanos comprometidos.

La Universidad no puede ser entendida solamente como una fábrica de oficios, sino como la forma más elevada (para eso se le llama enseñanza superior) de adquirir unos conocimientos y aptitudes, unas herramientascon las que los egresados optarán a determinados empleos, algunos de los cuales ni siquiera existen todavía. Unas competencias que permitan aportar algo a las necesidades de nuestra sociedad, que no son siempre técnicas, materiales o productivas. No se puede garantizar una ‘utilidad inmediata’ en todas las titulaciones, desde luego no en las Humanidades, por muchas vueltas que les demos a nuestros planes de estudio.

¿Y cuáles son las aptitudes más básicas y más relevantes que trabajamos en una carrera como la de Historia?: el pensamiento crítico, que permite construir un criterio, con el que se aprende a articular la realidad, a evaluar lo que nos rodea, su complejidad, sus matices; y que resulta fundamental para comprender y, por ende, saber gestionar nuestro mundo. La investigación histórica no solo intenta dar respuestas, nos enseña a hacer las preguntas adecuadas. Pero, además, se cultiva el pensamiento lateral, la creatividad aplicada, que, a la postre, confiere la capacidad de resolver con imaginación problemas y situacionesde diversa índole.

A los futuros estudiantes universitarios les podría decir que en los últimos años se está transmitiendo el mensaje, aun tímidamente, de que la empresa privada, sobre todo en el mercado anglosajón,a la búsqueda de profesionales con una visión estratégica en puestos de liderazgo, está demandando licenciados en Humanidades. Podría citar nombres de directores ejecutivos en multinacionales ilustres, sobre todo tecnológicas. Pero se entendería como proselitismo deshonesto si al mismo tiempo no hiciese alusión a tantos de nuestros graduados que salen adelante con lo que pueden, puesto que no todos terminan ganándose la vida con la enseñanza, la investigación, en archivos, museos o con la gestión cultural.

Ahora bien, la revolución tecnológica está rompiendo muchos de los parámetros sobre los que se conciben los empleos, donde la cooperación (esperemos que bilateral) entre las Ciencias Sociales y las Ciencias Exactas y Naturales es y será cada vez más necesaria. Para encontrar su hueco, el graduado en estudios humanísticos deberá complementar su bagaje con otros conocimientos (idiomas y comunicación, tecnología, economía) que le lleven a encontrar su particular versión pro.

La robotización y lo que supone de pérdida de esferas de trabajo mecánicas representa un desafío de proporciones bíblicas, que podrá acabar en distopía o utopía. Pero eso ya es otra historia.