A lo largo de la Historia (que ha sido, hasta ahora, la historia del patriarcado), se nos ha querido convencer a las mujeres de que nuestro lugar natural era el ámbito de lo particular, de lo pequeño, de lo doméstico, mientras que el de los hombres había de ser el de lo universal, lo trascendente, lo público. Para nosotras la casa, para ellos el mundo.

Por lo tanto, las mujeres hemos sido durante siglos excluidas del universo de la cultura, de la literatura, de la ciencia, de la investigación, de la judicatura? Excluidas, en definitiva, del ámbito público. No sólo eso, en numerosas ocasiones, aquellas mujeres que a pesar de las trabas para acceder a la educación y para mantener una proyección pública, conseguían méritos notables, fueron sistemáticamente excluidas de los libros de historia.

Si a pesar de nuestros logros no estamos en la historia, la canónica, la académica, la que se enseña a niños y niñas en los colegios, tampoco podemos aparecer en los nombres que nombran las calles de nuestras ciudades: invisibles en los libros, invisibles en los foros, invisibles en las calles; presentes únicamente en la escena privada como proveedoras de protección y cuidados no remunerados. Este fenómeno tiene un efecto perverso porque arrastra una desigualdad desde el pasado (desde la noche de los tiempos) y la proyecta hacia el futuro: las niñas no encuentran modelos válidos fuera de la casa; esos modelos no existen porque, muchas veces, aunque existan no están nombrados.

El hecho de que se nos haya negado la calle tiene numerosas ramificaciones, no todas ellas de matiz cultural o científico. Un hombre puede andar sin miedo por la calle, cualquier calle, a cualquier hora. Una mujer, no. Si algo le ocurre a una mujer en la calle, solo ella será la responsable por ocupar un lugar que no le corresponde. Por eso, ante cualquier agresión, lo primero que se oye es: qué hacía ella en ese lugar y a esa hora. Es por esto que se hace imprescindible reclamar igualdad, tanto real como simbólica, también en las calles.

Encontramos en Murcia, a lo largo de nuestra historia, muchísimos ejemplos de mujeres, que, a pesar de la enorme dificultad para acceder a la educación, estudiaron y que a pesar de todas las trabas existentes en la época para ejercer una profesión no específicamente femenina, la ejercieron. Aún así, en muchos casos, sus nombres sólo aparecen en una historia pequeña y marginal, una que requiere de un estudio minucioso y de una voluntad colectiva para ser puestos en valor.

Este es el caso de Jamila, cirujana judía del siglo XIV; de Sor Juana de la Encarnación, religiosa murciana que debería figurar en el canon de la Literatura Mística Española; de Francisca Dupar, pintora del siglo XVIII cuyos retratos a personas humildes destilan humanidad y vida; de Leonor Guerra Albaladejo, promotora cultural y presidenta de una tertulia literaria en la Murcia del final del XIX; de Victoria Pérez Rivas, inventora, que patentó en 1919 una aplicación para el aluminio una década antes de que se inaugurara la primera gran industria de este metal en nuestro país; de Piedad de la Cierva Viudes, científica y pionera en los estudios de radiación artificial en España y que fue, además, la primera alumna oficial de la Universidad de Murcia; de María Moliner, cuyo diccionario sigue siendo una referencia en nuestro idioma (a pesar de la cual no mereció entrar en la RAE) y que fue la primera profesora en la Universidad de Murcia; de Concepción Sánchez Pedreño, catedrática de química analítica y primera decana en esta especialidad; de Elisa Séiquer, escultora, que fundó el grupo Aunar de pintores y escultores, primera mujer en ganar el premio Francisco Salzillo y que, incomprensiblemente, quedó fuera de la muestra sobre escultores murcianos que se hizo en Murcia en 2018; de María Jover Carrión, jueza, primera mujer en ingresar en la carrera judicial en nuestro país. Esta es sólo una pequeña muestra de todas las mujeres que quedaron olvidadas en un rincón de la historia murciana y cuyo esfuerzo no mereció ni el reconocimiento ni la proyección de sus compañeros hombres.

Ayer aparecieron en Murcia varias calles en torno al Barrio de Santa Eulalia, renombradas con los nombres de estas mujeres. Esta iniciativa, llevada a cabo por parte del Colectivo +mujeres, obedece a la voluntad de compensar el olvido histórico y la abrumadoramente escasa presencia femenina en el callejero murciano. Las calles también son nuestras, por ellas que nos precedieron, por nosotras y por las que vendrán después.