Un Gobierno de coalición es una experiencia religiosa. El ecumenismo político está muy bien, tanto si es de derechas como si lo es de izquierdas (en los tiempos del multipartidismo, a la fuerza ahorcan), pero ha de contemplar dos variables:

1. La lealtad mutua entre los coaligados exige que se transmita una imagen compacta de acuerdo al programa firmado por ambos a fin de no dar la impresión de que hay dos Gobiernos, cada uno por su lado.

2. A la vez, el 'partido cuña', es decir, aquel que cubre el espacio que no ocupa el mayoritario de los socios hasta completar la mayoría, no puede permitirse desdibujar su política en favor del que comanda la dirección del Gobierno.

En síntesis, ni dos Gobiernos en uno ni que el partido minoritario quede sumergido en la política que promueve el mayoritario.

Los Gobiernos de coalición son la última novedad, de modo que estamos experimentando. En la Región de Murcia se cuentan seis meses desde que empezó a funcionar el ingenio. En el Gobierno central todo empieza ahora.

La fórmula de arranque en este último caso queda a la vista: el presidente, Pedro Sánchez, intenta desinflar la obligada vicepresidencia de Pablo Iglesias en un panel de cargos equivalentes; a la vez, al aumentar el número de carteras, reduce el porcentaje de poder interno de Podemos en la Mesa del Ejecutivo, y al designar a la ministra de Hacienda como portavoz, es decir, a la responsable del control del gasto, adelanta que la línea oficial del Gobierno estará marcada por criterios de economía disciplinaria frente al previsible furor por el derrame de los 'ministerios sociales' en manos de los inevitables socios. Se prevé un tira y afloja que estará determinado por los dos puntos anotados al principio: uno, estabilidad interna, pues de lo contrario se volvería al punto de partida, que a ninguno de los socios interesa; dos, intención por ambas partes de identificar las respectivas políticas, con el riesgo de que aparezcan como contradictorias. Es, de entrada, lo que nos espera en el ámbito nacional. Con la singularidad de que el mano a mano entre PSOE y Podemos está condicionado por la 'cuña' independentista, que no es poco. En la Región de Murcia, el reverso de la misma situación para la derecha, es Vox el que determina la alianza PP-Cs. Veamos.

Seis meses de Gobierno de coalición no indican hasta ahora un cambio de matiz en lo que se identificaba de manera neta como políticas del PP. ¿Dónde está Cs? En su crisis interna, en su descoordinación estructural, en su dependencia de la dirigencia nacional, incluso cuando está hecha trizas o en stand-bay. Esto desde el principio, antes incluso de que el resultado de las elecciones generales los dejara catatónicos. El PP de López Miras se enseñorea mientras tanto en ese estado de cosas, intenta llevar la iniciativa en el interior del Gobierno a través del discreto consejero de la Presidencia, Javier Celdrán (vicepresidente in péctore), y hace la vista gorda a provocaciones ocasionales de Cs en el supuesto de que éstas se consumen en el interior de ese partido, sin necesidad de que los populares las azucen.

López Miras va teniendo con Cs la paciencia del santo Job. Sabe, por el momento, que no debe empujar. Es más productivo, para sus intereses, que Cs se consuma en sí mismo. El presidente practica con quienes considera sus adversarios la técnica de la mantis religiosa: matarte mientras te besa. Que nos lo pregunten en LA OPINIÓN: todavía nos permite asistir a sus ruedas de prensa, y jamás admitirá que nos ha impuesto un veto. Es más sutil que su socio parlamentario Vox con otros medios. Como si lo hubieran instruido desde allende los mares. La finezza.

No solo Cs ha perdido su ser desde que accedió al Gobierno. También el PP. El 12 de octubre del pasado año, con la evidencia gráfica del ecocidio del Mar Menor, toda la política popular quedó en suspenso. Ni actuaciones para los cien primeros días, ni marco general para la legislatura, ni percepción de cambio alguno hacia el futuro. Todo quedó en suspenso para, con escasa imaginación, regresar al toletole del Gobierno central como el eje del mal, con razón o sin ella. Pero en lo que respecta al PP de López Miras ¿qué otra cosa se puede esperar? Si le das al play, te suelta el discurso previsible, palabra por palabra, una retahíla casi idéntica a la que destila Vox, partido al que parece envidiar intelectualmente y que tal vez por eso lo ha rebasado en las urnas. Ya saben: mejor el original que la copia.

En este punto es cuando nos sorprendemos del giro de Cs. ¿Giro o girillo? Algo. Llama la atención que un partido de funcionamiento disperso, tanto en el Gobierno como en la propia organización, haya dado señales de vida y esperanza durante esta semana. Hay signos de que están reaccionando en esa casa. Y da la impresión de que esto es así porque alguien, algunos o todos han caído en la cuenta de la necesidad de conjugar los dos epígrafes esenciales con que se inicia este artículo: un Gobierno de coalición ha de mantener una política unitaria, pero no a costa de la pérdida de identidad que supone avalar por el empotrado toda iniciativa del grupo mayoritario.

Empecemos por el decreto sobre la protección integral del Mar Menor. El texto del consejero Celdrán, una vez consensuado con Cs y Vox, pretendía pasar de rondón por la Asamblea Regional, queriendo obviar al PSOE y a Podemos, al primero de los cuales ni siquiera se le ofreció un botella de agua en la reunión con que se pretendía falsamente formalizar un acuerdo. El PP pretendía exponer el decreto al sí o no, sin discusión y sin debate, sin consideración de enmiendas, sin apertura a una oportunidad de consenso aun tratándose de una cuestión de capital importancia para esta Región. Una actitud desusada por parte de quienes hace tiempo que perdieron la mayoría absoluta, incluso la mayoría mayoritaria. Y ahí es donde Cs ha salido al paso: el texto hay que debatirlo, hay que atender a las enmiendas, incluso a las que pueda presentar el propio partido, tal vez para evitar el ridículo de lo quinientos metros de reserva para los cultivos contaminantes. O, por lo menos, aceptar el paripé democrático, que no parezca que el decreto pasa por gónadas. Un barniz. Incluso, por favor, un respeto al Parlamento autonómico, ya que lo preside un diputado de Cs, Alberto Castillo. Un correpartidos, vale, pero hoy por hoy diputado de Cs. La Asamblea Regional existe, y las leyes se discuten para su aprobación, aunque al final se pase el rodillo del tripartito. Cs, que un día se nos presentó como el partido de la regeneración política, acaba de acordarse de que todavía podría recuperar ese lema.

Y los Presupuestos. El PP tiene un dilema con los Presupuestos. Quiere contentar a Cs y a Vox. Cs se deja, pero Vox no se lo permite. El portavoz de Cs en la Asamblea, Juanjo Molina, ha medioestallado esta semana. Se quejaba de que cuando todo parece estar claro con Vox, este partido sale con alguna nueva pretensión que vuelve a poner en un brete el 'centrismo' de los coaligados. El PP traga con todo, pero Cs se resiste un poco. El programa máximo de Vox es, sobre la mesa, inaceptable para Cs, porque ataca principalmente la política social encarnada en el buque insignia de la vicepresidencia. ¿Para qué una vicepresidenta de Política Social que resume la parte 'progresista' del programa de Cs si finalmente ésta ha de someterse al reaccionarismo político de Vox? Pero sin Vox no hay Presupuestos, y sin Presupuestos no hay continuidad del Gobierno. Se supone que las demandas de Vox proceden del pacto que firmó con el PP para la investidura de López Miras, pero éste a su vez firmó con Cs para lo mismo un programa que en espíritu es contradictorio con sus otros compromisos. Cierto es que Cs, como queriendo sin querer, también dio el visto bueno al documento de investidura de Vox, pero en consideraciones abstractas.

Y ahora llega el partido de Abascal, crecido por su legítima mayoría electoral en el último envite de las urnas, y empieza a exigir imposibles desde sus cuatro escaños:

1. Cierre del centro de 'menas' de Santa Cruz. Cs acepta, pero hasta que no haya suelo y presupuesto para construir otro en una distinta ubicación. Raro, porque la política de Vox no es eliminar ese centro en especial, sino todos. Según sugiere el diputado nacional de Vox Luis Gestoso, en ese centro residen presuntos aspirantes a terroristas. Si así fuera ¿qué sentido tendría para Vox aceptar un cambio de emplazamiento?

2. Eliminación de todo apunte presupuestario para los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Esto convertiría a la Región de Murcia en el único enclave europeo disidente de la agenda de la ONU, que no es una organización precisamente marxista. ¿Sería así con el plácet de Cs?

3. Eliminación de las subvenciones a las organizaciones sindicales y patronales o asociaciones como Ucomur o Amusal, del cooperativismo y la economía social. En el contexto de Vox se trata de chiringuitos, pero esto no les impide proponer una disminución de los beneficios de las empresas del juego cuyo reporte se transferiría a la 'protección a la natalidad' y de las familias numerosas, es decir, del chiringuito antiabortista de la Red Madre. Como la legislación autoriza o exige la subvención a sindicatos y patronal, aunque no la cuantifica, finalmente Vox aceptaría que las asignaciones actuales se redujeran en un 20%, de modo que, por ejemplo CROEM recibiría algo así como 10.000 euros anuales. Curiosa respuesta a la aceptación por esta organización de Vox como 'fuerza democrática'.

4. El pin parental, asunto que aparece más o menos figurado en el pacto de investidura PP-Vox, y que Cs no admite como tal parece ser el principal escollo para la aprobación de los Presupuestos. Cs transige en algún aspecto: las charlas extraescolares pueden ser sometidas a control de idoneidad profesional de quienes las imparten, pero no rechazadas por la naturaleza de sus contenidos. Y están dispuestos a aceptar la creación de una mesa para reglamentar el asunto. Sin embargo, Vox, según su doctrina, rechaza la mera existencia de estas charlas, especialmente las relativas a la educación sexual.

En ese contexto, esta semana hemos asistido a algún rifirrafe, como la ocurrencia de Luis Gestoso al exigir espontáneamente la dimisión de la vicepresidenta del Gobierno, Isabel Franco, una petición que no ha tenido continuidad por parte de ningún otro dirigente de Vox, ni siquiera del propio Gestoso, como en su día no pasó nada en el Gobierno después de que el entonces diputado de Cs Miguel Garaulet pidiera el cese del consejero de Medio Ambiente, Antonio Luengo, por su responsabilidad en la gestión del Mar Menor. Son sarpullidos personales, que ya ni siquiera adquieren trascendencia más allá de fugaces comentarios en redes sociales.

Enfín, todo parecía deslizarse como la seda sin que desde la consejería de Presidencia se previeran discrepancias que pudieran poner en cuestión la estabilidad del Gobierno. Decreto sobre el Mar Menor a capón, y Presupuestos concordados a tres. Pero, por increíble que parezca, Cs parece estar reaccionando contra el seguidismo que se le impone. A pesar de las disensiones internas en ese partido, agudizadas por las perspectivas de poder que han de resolverse en el congreso del próximo marzo, hay un acuerdo central de la dirección regional respecto a la necesidad de marcar, dentro de la lealtad al pacto con el PP, los matices diferenciales que permitan visibilizar una política propia de Cs que no constituya la total sumisión a las exigencias de Vox. Como voluntad no está mal. Otra cosa es que sea posible conjugar el pito y la pelota