Para empezar el año con fuerza, nada mejor que una de estas historias de lucha silenciosa y anónima, de las que te recuerdan que el ser humano, si se lo propone, es capaz de más de lo que cree, que es verdad que la fe mueve montañas, y que hay personas que, cuando se ponen en modo lucha, no hay fuerza en la tierra que las pare. Esta es la historia de M. Te la recomiendo.

Lo que le pasó a M. fue que, en una revisión de rutina, durante el embarazo de su hija, le detectaron a la niña un defecto en el diafragma. Esa telita que separa los pulmones del resto de órganos y vísceras del abdomen, y que, si no cumple debidamente su función, los pulmones no tienen espacio para expandirse durante la gestación, y crecer, para luego poder respirar una vez que salga la criatura del útero. Eso hace que al nacer, si los pulmones no han alcanzado una dimensión mínima, el riesgo de muerte sea elevadísimo. Aterrador. Y en ese punto en el que otros hubieran tirado la toalla, M. se plantó en luchar por su hija. No tuvo fácil seguir adelante porque, aunque a todos nos han llegado imágenes, o noticias, de operaciones intra utero, seamos realistas, no son lo normal.

Cuando conocí a M. y supe de su historia, pensé que iba a abortar. Normalmente, en un caso así, no suele haber alternativa. Y los padres están tan abatidos por el diagnóstico, tan sobrecogidos, a la par que aterrorizados, por la vida que les esperaa ellos y a las criaturas, que después de un tiempo de debatirse ante lo humanamente posible, casi todos firman el aborto. No me lo he planteado en serio, pero cabría preguntarse la validez legal de ese consentimiento, otorgado en condiciones de agotamiento físico y mental: Hasta qué punto prima el bien de la criatura, o el suplicio mentalmente inabarcable de los padres. Y sin embargo, ahí estaba M., felizmente decidida a seguir adelante. Yo, que había preparado el kit de «tranquila, has hecho lo que has podido», me encontré con que ella estaba anclada en el 'no es no' que diría Pedro Sánchez. Encima estaba contenta. No tuve otra que apoyarla en su embarazo. Desde luego, hace falta gente así.

Consiguió por su cuenta una cita en una clínica, creo que en Barcelona, en la que eran expertos en intervenir al feto dentro del vientre materno, precisamente para corregir el defecto del diafragma. Qué fuerte me pareció cuando lo supe. Parecía que la estuvieran esperando. La operación fue un éxito, y a partir de entonces, me fui enterando por whatsapp de toda la evolución, de cómo le habían puesto a la niña, dentro aún del útero, una especie de 'balón' que se hinchaba para que tuvieran sitio los pulmones, de que los pulmones habían recuperado un 40% de su capacidad, y ya los últimos mensajes, cuando la niña ya pesaba 3kg, y ella estaba esperando a que naciera.

Una madrugada me mandó un whatsapp. Le iban a provocar el parto, y esa noche nacería su hija. No pegué ojo en toda la noche, pensando en cómo iría todo, aunque M., al otro lado, estaba sorprendentemente muy tranquila. Yo me acordaba de eso que dicen de que a la Victoria se la pinta manca y ensangrentada, porque vencer cuesta mucho. Así que M., lo que tenía, era la serenidad del que sabe que ha vencido. Pensé también en lo que la lucha de M. supondría, a partir de ahora: gracias a M., y a otros padres heroicos, se han podido dar pequeños pasos, para avanzar (milimétricamente, sí) en la investigación de esos defectos del feto, que inicialmente son incurables y de pronóstico fatal. Después le perdí la pista, y no sé qué fue de ella ni de su hija. ¿Que cómo le puso a la niña? Adivina. Le puso Eliana (en hebreo 'mi Dios me respondió').