No puedo remediar que me de pena cada vez que veo a algún condenado por haber hecho lo que no debía. Quizá tendría que ser más dura, pero me sale ser así. Había que verle la cara a Griñán, que era un poema. Ya te lo digo siempre, la mitad de los que están en ese sitio no sabían que lo que hacían era ilegal (o al menos hasta ese punto) y la otra mitad lo sabían perfectamente, pero se creían intocables por uno u otro motivo. ¿En qué grupo están los de los ERE? Solo ellos lo saben. Pero es llamativo cómo los que eran sus compañeros de partido les muestran lealtad públicamente, no por haberse equivocado con este lío o por entender que la carne es débil, sino por justificar su actuación por no haberse llevado el dinero a su casa. ¡Faltaría más! Hay una cultura en virtud de la cual, si no te llevas tú el dinero, entonces no es robar. Eufemísticamente, se le llama desvío de dinero, pero entre tú y yo, son distintas formas de definir lo que viene siendo el gusto por apropiarse de lo ajeno.

Debería aplicarse una máxima según la cual lo que está bien, está bien; y lo que está mal, está mal. Da igual el nombre, el motivo, o el fin.

¿Qué puede llevar a unas personas, en semejantes puestos de responsabilidad, a robar a diestro y siniestro, y a idear un sistema para camuflarlo todo y facilitar el robo? El método era tan descarado que incluso pasaban olímpicamente de la Intervención, que ha quedado acreditado que hizo todo lo posible porque no se siguiera repartiendo el dinero sin control.

Luego, están los del partido contrario, sacando pecho porque lo suyo era una minucia al lado de esto. No se dan cuenta de que todos están con el mismo pringue encima.

La clave está en la educación. No en la que recibieron en sus casas, sino en la cultura de partidos que se ha estilado hasta ahora. Recuerdo hace años, no tantos pero sí unos cuantos, allá por la carrera, cuando por arte de birlibirloque, resulté elegida delegada de curso. Mira tú por dónde. Fue, por cierto, un curso apasionante, y con aquella situación accidental, encima divertidísimo. El caso es que un día me convocaron a una Junta de Facultad a la que fui ilusionadísima porque nunca había estado en una, y cuál fue mi sorpresa cuando en la puerta un camarada se me acercó y me dijo que cuando se votara el gasto para renovar los bancos de las clases, yo tenía que votar en contra. Debí poner cara de ñu, porque me explicó que se estaba preparando otra propuesta para renovar no sólo los bancos, sino también las mesas, y que así sería mejor. Yo flipaba con tanto celo mobiliario, y le dije que más valía que arreglasen los bancos ahora, y que más adelante se pusieran con las mesas. Pero entonces, en voz baj me dijo que la propuesta era de no sé qué partido (no recuerdo si era de las Nuevas Generaciones del PP o de Juventudes Socialistas, o de otro distinto, la verdad) y que la gracia era que la propuesta aprobada fuese la de 'nuestro' partido. ¿Cómo te quedas? Igual que me quedé yo. En resumidas cuentas, los bancos, las mesas o los presupuestos son lo de menos. Lo importante es el partido. Pues eso ha sido, a una escala atómica, lo que ha pasado con los ERE.

El otro día estuvieron hablando sobre los destinos concretos que habían tenido los fondos. Salían historias para todos los gustos, todas dignas de unos Robin Hood contemporáneos que ayudaban a un padre separado para pagar la pensión de alimentos de los niños o a un lisiado porque su paga era una miseria, o para que la suegra de no sé quién cobrase la pensión. Un destino muy loable si no fuera porque ese dinero era de los contribuyentes, sudor de nuestra frente, que no puede ser entregado a unos sin ser quitado a otros. Y, claro, qué fácil es ser generoso con las perras del otro.

Querían aparentar ser benefactores magnánimos, como el emperador que todo lo podía, pero se les han visto sus pies de barro, y se ve que era una forma de comprar votos. El de ladrón es el oficio más viejo del mundo. No hay nada nuevo bajo el sol.

La Justicia les ha quitado ese halo de dignidad que tenían, y aquí conviene recordar las palabras del Quijote: «Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro».