A inicios de la década de los 90, el Mar Menor fue invadido por una especie de medusa -Cotylhoriza Tuberculata- que llegó a habitar cada verano la laguna con varios millones de ejemplares. Hubo años en los que echarse al agua suponía rozarse, y casi rebozarse, con esos seres aterciopelados e inofensivos, pero que tantas fobias generaron.

Junto a esa especie entró otra medusa, la Rhizostoma Pulmo, blanca con ribete violeta en el borde de su umbrela. Esta sí, ligeramente urticante, pero que no llegó a más del 10% de la biomasa total de medusas en el Mar Menor.

Ante la alarma de los bañistas-veraneantes se tomó la decisión de -con redes de arrastre-, capturar el máximo posible de medusas, llevarlas a tierra y enterrarlas. Parecía una solución idílica. Los bañistas no tendrían ya que rozarse con esos seres de otro mundo. Pero las cosas no son tan simples -y menos en el medio ambiente-. Al arrastrar se capturaban el 90% de las beneficiosas, más abundantes e inofensivas, y el 10% de la menos frecuente y más agresiva para nuestra especie.

Con eso se consiguió que a la Rhizostoma, que competía con la Cotylhoriza, se le despejara el camino y hubo años en los que esa medusa ligeramente urticante, llegó a ser la dominante, gracias a una estrategia errónea por parte de las autoridades que son las que toman las decisiones. Por aquella época no había ni comité científico ni “tonterías parecidas”. Las decisiones las tomaba el capitoste que más mandaba. Aunque fuese -de hecho así era-, un ignorante, pero el poder es el poder.

Esta invasión -que más tarde supimos que era debida a una abundancia extrema de fitoplancton generada por los vertidos de nutrientes de la agricultura del Campo de Cartagena-, en el fondo impidió durante años que la laguna se convirtiera en una sopa verde. Lo que finalmente pasó presumiblemente -entre otras razones-, por exterminar las medusas.

En este verano del año 2019 no hay medusas en el Mar Menor, pero esas redes que impiden la libre circulación del agua, siguen puestas de manera arbitraria y errónea lo que las hace más inútiles y dañinas. Claro que los intereses económicos son muchos. Esto impide que se tomen decisiones apropiadas para cada circunstancia. La Administración es un elefante que cada año renueva los presupuestos contemplando el anterior, más algún programa que el nuevo concejal o consejero quieren hacer como si otra vez fueran a inventar la pólvora. Y nosotros patidifusos aguantando la ignorancia.

Por favor, quién tenga que tomar decisiones que se venga con los expertos y en una tarde a la orilla de ese mar que algunos llevamos muchos años contemplando, buceándolo, navegándolo… y se lo explicamos sencillo y claro. En este pequeño mar, el método ensayo-error tiene consecuencias catastróficas para el ecosistema y para todos los seres vivos, nosotros incluidos.