Los amigos de la cultedad en el decir, toman a los habladores comunes, y más a los silvestres, por personas rudas y groseras, enemigas del buen gusto. Y es porque desconocen la versatilidad de nuestra parla, capaz de llamar sin tapujos a las cosas por su nombre cuando la ocasión lo requiere. Así que nosotros llamamos pijo a lo que, con perdón, así se ha llamado siempre; y con el culto ginés a la parte correspondiente femenina; cagueta y caguetilla al cagar incontenible y torrencial; al culo, culo, y a lo que lo cubre, culero. Eso si no recurrimos a términos metafóricos que subrayen, para bien o para mal, la realidad señalada; en cuyo caso, hablaremos de minina, moniato, cencerra, pájara, papo, colorín, pelendengues, correncia, esforriaera, y otros mil nombres que identifican a los órganos y acciones propios de la entrepierna y sus adláteres.

Pero también podemos aplicar esos términos gruesos y de estruendo como imaginería traslaticia con que ponderar aquello de lo que hablamos. Nada más rotundo que ir a pijo sacao o romper la cincha a peos, ni más egoísta que lo de que cada perrico se lama su pijico o el que quiera peos que se los tire, ni más desgraciado que lo que le pasó a Clavijo€, más improductivo que tocarse el moniato o tirarse un peo con borlas, más sobrado que no caberle a uno un cañamón por el culo, más pobre que el menú de pan, pijo y habas, ni más descalificador que tildar a uno de monomierda o responder a sus proposiciones con el enigmático el pijo once. Por poner unos ejemplos.

Pero les diré que, al mismo tiempo, como humildes practicantes de la retólica de la cortesía, pedimos indulgencia por la mención de lo grosero o impertinente, con fórmulas de 'autismo' excusatorio como hablando conmigo solo, conmigo mismo o cortamente, cuando nos referimos a los chinos de la marranera, al retrete u otras realidades poco recomendables. Por no hablar del con perdón, colocado inmediatamente después del termino tabú («Se le veía el culo, con perdón») o mejor antes («Una comperdón mierda»), y aún mejor, suplantándolo («Y una comperdón»). Y a la hora de comer cualquier referencia inconveniente se hace con perdón de la mesa, mientras que los órganos fisiológicos o sexuales se sitúan en semejante sitio, incluso advirtiendo que está feo señalar.

Estas fórmulas exculpatorias pueden dirigirse a los interlocutores para que excusen la impertinencia (con perdón de los presentes o de la compaña, o mejorando lo presente). Fórmulas todas, y muchas más, de la repalandoria popular, que reconocen la indigencia expresiva, con respeto al receptor, frente al tono directo y brutal con que hoy nos manifestamos. Mejorando lo presente y aunque esté feo señalar.