Qué bravucones. Menudo panorama vivimos en los últimos tiempos con las proclamas, acusaciones, arengas, peroratas, matracas, chácharas y alocuciones de las jóvenes promesas de la derecha española. Se les van a acabar los adjetivos porque no va a existir un epíteto alguno con el que atacar a Pedro Sánchez. Lo han hecho siempre cuando este país ha tenido un presidente que no era de su cuerda. Empezaron con Adolfo Suárez, y eso que venía de su campo. Con Felipe no podían hasta que atinaron con aquello del 'váyase señor González' del grandioso José María Aznar, cuando ya la inercia de los años ya no daba más de sí. Practicaron a gusto con Zapatero, al que el dinamitaron frente al sentido de la responsabilidad sobre el que sustentó la fase final de sus gobiernos. Pero ahora, ahora sí que sí, están en su salsa.

A Pablo Casado y a Alberto Rivera se les llena la boca de acusaciones de traidor, okupa, felón, vende patrias, incompetente, ególatra? dirigidas a un resistente a quien no soportan por aquello de que fuera capaz de ganarles una moción de censura en la que ambas ya escenificaron su amor. Ahora ya no compiten entre ellos dos solos, sino que también por el espacio que representa el ex pepero Santiago Abascal, macho, macho, y armado con pistola por si un caso. Dispuestos a ver quién tiene la bandera más grande o lanza más lejos el hueso de oliva.

La tríada de la nueva derecha española tiene poco de nueva, porque los matices que podía observarse entre alguno de ellos hace un tiempo han quedado diluidos por un doble convencimiento: que ahora es el momento de alcanzar el poder al precio que sea, y que aquí paz y después gloria entre nosotros. Que no hay diálogo ni solución política que valga para afrontar el problema territorial (y visceral) con Cataluña y lo del coste no sirve para nada porque de lo que se trata de es de llegar al Gobierno de España, amén de comunidades autónomas y ayuntamientos. De Europa, ni hablamos, porque importarles, parece importarles muy poco. Este trío aprobaría la asignatura de primero de populismo sin problemas, porque encajan perfectamente con aquellos extremos del independentismo. Unos se retroalimentan a base de otros.

A estos machitos de política nacional hay que sumar los autóctonos, como nuestro presidente López Miras, alumno aventajado en victimismo y en basar su acción de gobierno en combatir a la Moncloa, responsable de todos los males habidos y por haber en nuestra Región, una tierra donde el PP, fíjate tú, apenas lleva en esto de la cosa política la friolera de seis legislaturas, o lo que es lo mismo, veinticuatro años, que parece que fue ayer. De tener un poco de vergüenza por aquello de los fiascos, nada de nada. O de que apenas el 3,6% de la población murciana bajo el umbral de la pobreza reciba una renta básica de inserción, pues mejor nos callamos.

Eso sí, menos mal que las cofradías de la Semana Santa de Murcia y Lorca han escogido como pregoneros a Teodoro García Egea y a Fernando López Miras. A un mes de las elecciones es un mensaje a la concurrencia de autonomía entre el poder civil y el fenómeno religioso de concordia, recogimiento y fraternidad. Por nadie pase lo que tiene que pasar. Con golpes de pecho incluidos.