LA OPINIÓN publicaba el pasado lunes una fotografía que denunciaba, nítidamente, la barbarie de la que ha sido objeto el escaparate del negocio de un afiliado de Vox, en Lorca, al sufrir, durante la noche, el apedreamiento de la fachada de su establecimiento, causando daños en los cristales del escaparate donde los energúmenos, además, dejaron pintadas del tipo «sabemos lo que haces» (se supone que en alusión a su pertenencia a Vox), tal y como ha expresado dicho partido en una nota de prensa hecha pública en la que manifiesta su rechazo a dicho atropello, mientras se está a la espera de conocer la identidad de los autores.

Les aseguro que estoy muy lejos de la ideología de Vox. Quienes me conocen lo saben. Soy demócrata. Lo seré siempre. Y muchos puntos que defiende Vox me parece que rozan la democracia y, desde luego, alguno de ellos, pone en cuestión nuestra Constitución, que es la que garantiza la misma en España. Pero precisamente por eso, porque soy demócrata, no puedo entender el ataque que ese afiliado de Vox ha recibido en su establecimiento. Ni puedo entender que algún colectivo lo haga. Ni quiero callarme ante este atropello que va en contra de todo aquello en lo que creo.

Creo en el respeto a las opiniones de los demás. En la tolerancia con las ideas de otros, porque la democracia solo puede ser viable si se fundamenta en un conjunto de valores como la libertad, la igualdad, la justicia, el respeto, el pluralismo y la participación. Por eso, quien agrede a alguien porque no comparte sus ideas no es demócrata ni puede ser justificado de ninguna de las maneras. Y como los silencios pueden expresar un cierto tipo de justificación, los partidos políticos, todos, deberían sentirse obligados a mostrar su rechazo hacia esta barbarie.

Pero los medios de comunicación también tenemos la obligación de publicarlo y de decir que no, que así no. Que en nombre de las ideas no se puede agredir a nadie por el simple hecho de que piense diferente a nosotros. Y si lo hace Vox, hemos de denunciarlo. Pero si lo hacen otros, también.

¿En nombre de quién o de quiénes se puede hacer esto? Pues solo en nombre del totalitarismo, de derechas o de izquierdas, porque lo hay en las dos formas de concebir la sociedad. Y los demócratas hemos de rechazar cualquier tipo de totalitarismo, venga de donde venga, porque ya sabemos lo peligroso que puede llegar a ser. La agresión de Lorca, la leyenda escrita en el escaparate de Lorca, es una prueba de totalitarismo. De respeto nulo a los demás. De querer imponer unas ideas sobre otras.

Paul Preston, uno de los más insignes hispanistas ingleses junto con Gerald Brenan y Hugh Thomas, gusta de repetir mucho esta expresión: «Quien no conoce su historia está condenado a repetir sus errores». Y apunta que «para entender la sociedad actual es necesario conocer la historia de tu propio país, España, y la de tu continente, Europa». Y quizás parezca exagerado remontarnos a las barbaridades nazis y stalinistas para hablar de los temas de ahora, pero es necesario hacerlo para no repetir los mismos errores que el ser humano ha venido cometiendo durante siglos. Así, es oportuno recordar que a lo largo de la guerra fría apareció una teoría científica sobre el totalitarismo. Y fue durante esos años en que emerge la figura de Hannah Arendt y su obra Los orígenes del totalitarismo cuando se consolidaba la teoría del mismo. Sí, por primera vez una pensadora unía nazismo y stalinismo bajo un mismo concepto, 'totalitarismo', que significa la supresión radical por parte del poder de 'la política' y, con ello, la instauración como derecho de Estado del desprecio absoluto hacia los individuos.

Pues bien, la agresión al afiliado de Vox es totalitarismo. Venga de donde venga. Cerrar los ojos a la realidad no ayuda a la convivencia. Y hay que denunciarlo.