El comunicado con que se cerró la reunión de Pedro Sánchez y Quim Torra traslucía un mar de fondo agitado. Todo alrededor de la cita debió resultar complicado. Una vez celebrada, los dirigentes catalanes no tardaron en elevar de nuevo la presión, mientras el Gobierno español ha procurado pasar rápidamente a otra cosa sin hacer ruido. Días después, el presidente de la Generalitat ha desvelado en un discurso ante la tumba de Maciá que durante el encuentro le había entregado al jefe del Ejecutivo español una propuesta con 21 puntos para resolver el problema planteado por los soberanistas. Aunque el documento no ha sido publicado, cabe presumir que es una lista de demandas similar a las que en su día presentaron Mas y Puigdemont a Rajoy. La respuesta de Moncloa remite a la letra del breve comunicado de la semana pasada. Torra ha detallado que sus primeras peticiones tienen, en este orden, el objetivo de borrar cualquier vestigio de franquismo en la política española, regenerar la democracia y establecer una mediación internacional entre el Gobierno central y el autonómico para que los catalanes puedan ejercer el derecho de autodeterminación en un referéndum pactado.

Este es el caballo de batalla del independentismo desde que en 2012 diera el salto adelante hacia la proclamación de la soberanía de Cataluña. La expresión 'derecho a decidir', ya en total desuso, ha sido sustituida por 'el ejercicio del derecho de autodeterminación', la divisa que mantiene unido al independentismo por encima de sus discrepancias. Es la propuesta que reformula Carles Puigdemont en su reciente libro, titulado La crisis catalana, del que han aparecido ediciones en francés, catalán, neerlandés y ahora en español. Está escrito a partir de largas conversaciones con el periodista belga Olivier Mouton, que le siguió en sus desplazamientos por varios países tras la huida de España, y presenta la situación de Cataluña como una gran oportunidad para que la Unión Europea, con la que se muestra muy decepcionado, rectifique su rumbo y recupere el espíritu cívico y democrático, republicano en suma, perdido entre la burocracia de Bruselas.

El expresidente de la Generalitat engarza apuntes autobiográficos con el análisis del procés. Se declara cristiano, independentista de siempre, pacifista y admirador de Mandela. Con una vena ácrata, que le provoca cierto rechazo a los partidos y la política, sin embargo posiciona el movimiento que ha impulsado el procés en las antípodas del populismo. Expresa su deseo de volver a disfrutar cuanto antes de la rutina de una vida tranquila en su pequeña ciudad, pero tiene decidido no abandonar la causa de la república catalana hasta que se haya cerrado la crisis de la que se ha visto convertido en protagonista principal. Asegura no tener miedo a una larga estancia en prisión, pero se siente perseguido y teme que le pongan una bomba. Al ser encarcelado en Alemania, fue consciente de que «llevamos semanas en guerra con España, no una guerra convencional, claro, pero sí un conflicto muy serio».

El procés, según Puigdemont, comenzó con la reacción de los catalanes a la decisión del Tribunal Constitucional de anular una parte del Estatuto aprobado en referéndum. Dice que la sentencia fue un golpe de estado, lo mismo que repetirá más tarde a propósito de la aplicación del artículo 155 de la Constitución. La respuesta que dio entonces la sociedad catalana, con la que a su juicio habría comenzado el procés, al que se incorporarían posteriormente los políticos, debe ser considerada una declaración íntima de independencia. Lamenta que sus continuas ofertas de diálogo se estrellaran una tras otra en la cerrazón de Rajoy, al que llama el 'doctor no'. Confiesa que esa frustración y la desconfianza hacia el Gobierno español le llevaron a revisar en el último momento la decisión que tenía tomada de convocar elecciones. La denuncia del bloqueo de las aspiraciones soberanistas por los sucesivos Gobiernos de España, recurriendo incluso a una 'espantosa' represión, es constante en el libro.

Puigdemont considera que no ha cometido delito alguno. Está convencido de que la única solución del problema catalán es la independencia, pero su convicción no parece muy firme, pues en otros pasajes del libro reclama con insistencia propuestas diferentes sobre las que se pueda hablar y se muestra dispuesto a cambiar de opinión. En todo caso, sostiene que el ejercicio del derecho de autodeterminación es más importante que la independencia misma y augura que la crisis catalana seguirá abierta hasta que sean los catalanes los que determinen el estatus político de Cataluña. Reclama que se reconozca la legitimidad de la mayoría independentista y un diálogo bajo tutela internacional, sin condiciones previas ni plazos, sobre las condiciones de un referéndum. Aceptaría que en la votación se ofrecieran opciones distintas a la independencia y se exigiera un 50% de participación y un mínimo del 55% de los votos para hacer efectivo el resultado. Incluso da su conformidad a negociar un referéndum en el que participaran todos los españoles, pero advierte que de ser así sacaría conclusiones aparte del escrutinio de Cataluña.

Un resumen apretado del libro es que en España hay un conflicto y Puigdemont postula una solución, partiendo de reconocer la existencia de una nación catalana y, en consecuencia, su derecho a la autodeterminación, mediante un diálogo sin restricciones y utilizando un procedimiento democrático. Puigdemont argumenta que los independentistas respetan las reglas del juego, Cataluña es ejemplo de democracia para Europa y solo falta que el Gobierno español ponga su propuesta sobre la mesa para iniciar la conversación. Pero entonces, por coherencia, está obligado a explicar por qué los independentistas se precipitaron en los fatídicos días de octubre de 2017 hacia la declaración de soberanía, saltándose el orden constitucional, y no esperan a tener una respuesta del Gobierno español, en vez de atacar las instituciones del estado y amenazar de nuevo con la vía unilateral.

El libro plantea otro interrogante más urgente. Es claro que el comunicado suscrito por Pedro Sánchez y Quim Torra ha recibido la inspiración literal de Puigdemont. ¿Por qué el Gobierno español, si excluye la posibilidad de un referéndum de autodeterminación en Cataluña, no deshace la ambigüedad de su relación con los independentistas y clarifica de una vez su posición política en este asunto, que fue señalada por Pedro Sánchez en el debate de la moción de censura como su primera prioridad? Acaso pretenda solo retener el apoyo de los grupos catalanes en el Congreso para consumir la legislatura, o quizá esté tratando de ganar tiempo a la espera de un cambio en el liderazgo del independentismo de la mano de ERC, que parece estar pensando en posponer indefinidamente el objetivo de la separación, pero nada garantiza que estos cálculos se vayan a cumplir y, además, todas las encuestas del último mes reflejan que esta política de cortesía no correspondida está cansando a los españoles.

La próxima reunión, en este mes de enero.