Se acuerdan de aquel chiste del chico optimista que al desenvolver su regalo de Reyes descubre en el interior de una caja una boñiga de caballo y se pone a buscar al deseado pero inexistente equino? ¿Se imaginan a sus hijos abriendo sus regalos este año y encontrándose un juguete con algo de caca y en cuya tapa de la caja se ve un enorme zurullo (disculpen la grosería, pero es tal cual) que sale disparado de un váter atascado? ¿Qué harían si vieran a sus pequeños acercarse a un quiosco para pedir un chicle de caca?

Insisto en reclamar que me perdonen al abordar cuestiones escatológicas en una época tan entrañable, en la que la luz, el color, la ilusión y la paz deberían inundarlo todo, pero me han chirriado tanto algunos regalos que he visto anunciados por televisión o en catálogos de juguetes estos días, que no me resisto a compartir con ustedes mi perplejidad y hasta indignación ante el mal gusto, llevado al extremo de la asquerosidad en algo tan inocente como el regalo para unos niños. Juzguen ustedes mismos si soy exagerado, pero creo que si rebasamos ciertos límites, al final todo se puede impregnar de porquería maloliente y, dentro de la libertad que tenemos todos, deberíamos afear y denunciar la grosería.

Un desatascador, un dado, diez fichas y algo de caca forman el contenido del juego Baño Boom y no hay que ejercitar mucho la imaginación para saber en qué consiste ni quien gana, sobre todo, por lo gráfico y explícito del dibujo que se exhibe en la tapa. Lo que me extraña es que después de imágenes tan claras y repulsivas como la de un excremento de considerable tamaño, al que le han dibujado una especie de rostro con ojos y sonrisa maliciosa, los pequeños aún se animen a pedir en los quioscos una caca de unicornio, que no es otra cosa que un chicle para el que debe ser que no han encontrado mejor nombre, como si el bonito animalito mitológico defecara rosas o golosinas. Claro, que no hace muchos años, vimos como uno de los lindos, cantarines y divertidos trolls de la película de dibujos animados de Dreamworks, en lugar de caquitas, expulsaba cupcakes, que es la forma moderna, fashion y cool de denominar lo que siempre han sido pastelitos.

La verdad es que lo escatológico se ha colado de lleno en los dibujos que ven nuestros hijos casi a diario y, si bien hay cosas que deben ver con naturalidad, también hay que enseñarles dónde y cómo se debe hacer según qué. Que el buen gusto y el decoro son síntomas de una buena educación. Aunque podría ponerles múltiples ejemplos de cómo abordan los personajes de dibujos de ahora eso del 'cacaculopedopis' me centraré en uno que lleva la grosería al límite, porque convierte lo asqueroso en un don, en un super poder. Les hablo de la serie Los super minihéroes, que se emite en Clan, el canal infantil de TVE, la pública, la de todos. Entre los personajes más activos de las peripecias de este grupo se encuentra Supermocos, cuya descripción es la siguiente: «Con su poder lo que consigue es moldear sus mocos como necesite, dándole forma de brazo para llegar a coger algo, o como quiera. Lo utiliza también para desplazarse al estilo Spiderman». No es el único animalito agradable de la serie, que también cuenta con Superpestoso, llamado así por el aroma que desprenden sus pies y cuyo superpoder doy por descrito. Hay muchos más superminihéroes, pero sólo añadiré uno más, Supercuesco, del que destacan lo siguiente: «Es un cerdo que tiene un gran problema de gases. No puede controlarlo y se tira pedos todo el tiempo. Un día su apestoso defecto se convirtió en super poder y, gracias a los pedos, puede saltar y volar por el aire».

Creo que ha sido suficiente, aunque en este despliegue fecal dirigido hacia los más pequeños, me queda por comentar el juego denominado Caca Chaf, que consiste en desplegar una senda, en la que se colocan estratégicamente unas cacas (de las que prefiero no pensar de qué están hechas) y que hay que tratar de no pisar. Quizá este entretenimiento escatológico sea el más loable (es pura ironía), porque dada la gran cantidad de obstáculos en forma de excrementos caninos que surgen en nuestras aceras, quizá convenga enseñar a nuestros niños que deben ir con los ojos bien abiertos para evitarlas. Aplaudo, en este sentido, la iniciativa del Gobierno local de crear parques caninos como el que ya hay en el Parque de la Rosa, eso sí, le pediría que el punto destinado a que los perros hagan sus necesidades no esté tan próximo a los columpios donde juegan los niños, como ocurre en el parque de Los Juncos.

Basta ya de cacas, que al final les estoy haciendo el juego. Además, ya sé que hablar de estas inmundicias puede parecer irrelevante en una semana en la que nos desborda la indignación por el cruel asesinato de una joven inocente e indefensa, del que todos somos responsables, porque es el fruto de la sociedad que estamos creando, que no sabe protegerse de quienes la agreden, de quienes dejamos sueltos y sin control a pesar de que matan sin escrúpulos a nuestros hijos y a nuestros mayores. Es el fruto de una sociedad donde muchos coincidimos en que estamos echando por tierra valores fundamentales de convivencia, respeto, decoro y sentido común. De una sociedad donde exponemos a nuestros pequeños a la violencia gratuita. Al mal gusto que nos lleva a ofrecerles y regalarles juegos de dudoso valor educativo.

Apenas tiene importancia que unos niños disfruten o se rían mientras juegan con unas cacas de plástico o de vete tú a saber qué, pero no me negarán que puede resultar repulsivo y rebasa los límites del pudor. Y todos sabemos que cuando se supera una barrera, cuando se avanza un paso, cuando se sube un escalón, es más fácil llegar al siguiente, para lo bueno, pero también para lo malo.

O tomamos medidas, o cogemos las riendas de la educación de nuestros hijos, o nos preocupamos de que crezcan y se desarrollen con los valores que nos inculcaron nuestros abuelos y nuestros padres, o seguiremos lamentándonos durante mucho tiempo. Y si dejamos que nuestros pequeños sigan jugando y manejándose entre la mierda, no hace falta ser adivino para saber hacia dónde se encaminará nuestro país, nuestra sociedad.

Dadas las fechas en las que estamos, no quiero terminar de un modo tan drásticamente pesimista y confío en que habrá muchos pequeñajos que sabrán cómo superar la tremenda crisis de valores que atravesamos. Deseo que esos niños y los que todos llevamos dentro nos hagan disfrutar de esta Navidad y de muchas más, que los Reyes vengan cargados de regalos (no de cacas) y que, como todas las Navidades, nos vuelva a tocar el Gordo, el Gordo de verdad.

¡Felices fiestas!