El año 2018 está a punto de despedirse (venga, hasta luego, ya te llamo yo si eso, entran ganas de contestar) y que me aspen si no ha venido cargadito de conmemoraciones. Por enumerar unas cuantas: el doscientos aniversario del nacimiento de Karl Marx, el cien del final de la I Guerra Mundial, el cincuenta del Mayo francés, el cuarenta de la Constitución española, el veinte de la Ley del Suelo de Aznar y el diez de la quiebra de Lehman Brothers.

Se supone que uno conmemora para que las cosas no vuelvan a ocurrir, o al menos para que lo que ocurrió como tragedia retorne (decía el tito Karl) como farsa. Pero esto es España, yatúsabeh, y por aquí nada parece funcionar exactamente así. Estar 'de vuelta de todo' es algo extrañamente positivo en nuestra cultura, y suele ocurrir que coincidan en el tiempo fantasmas del pasado y farsantes del retorno, sin que se sepa muy bien quién es quién.

Me refiero cómo no al hecho de que, justo el año en que la Constitución cumple cuatro décadas (y siendo sinceros no podemos decir que luzca espléndida precisamente), y cuando parece que al fin vamos a poder sacar al abyecto generalito de su tumba de honor con cargo al erario público, viene a petarlo en las elecciones andaluzas el partido de un siniestro personajillo con querencias totalitarias y pose de Cid Campeador (esto es si el Cid se hubiese pasado toda la vida cobrando por la jeta magros sueldos públicos), que promete llevarnos de vuelta al régimen anterior con la ayuda de dios y las fuerzas y cuerpos.

En el bloque 'constitucionalista' que se reunió solo unos días después, en el acto del pasado jueves en el Congreso por el cumple de la carta magna, tampoco van mal de ectoplasma. Con la aparición del anterior Jefe de Estado y su corte de expresidentes hubo que añadir al equipo habitual de taquígrafos un técnico en transcripción de psicofonías, pero ni de una forma ni otra registró el diario de sesiones mención alguna a esa reforma exprés del artículo 135 que perpetraron en agosto de 2011 dos de las apariciones.

Otra de las presencias del pasado jueves, seguramente la más aficionada a provocar poltergeists aquí y allá, es la del expresi Aznar, ahora empeñado en poseer el joven cuerpo de su discípulo Pablo Casado para desde allí recomponer (sumando a Cs y VOX) la derecha hispánica. La actividad paranormal de nuestro aprendiz de cowboy es un signo más de que en nuestro país somos más de ruedas de hámster que de planteamientos, nudos y desenlaces, aunque el vigésimo aniversario de la Ley del Suelo que promovió este pequeño prohombre (y que abrió la barra libre de la orgía de ladrillismo, corrupción y megalomanía infraestructural y financiera que padecimos los siguientes diez años) haya coincidido con el reciente anuncio del Banco de España dando por perdidos 42.017 millones de euros del rescate bancario.

Da igual. Estamos en época de turrón y aquí el que no vuelve a casa vuelve por Navidad lo hace con la frente marchita y las nieves del tiempo plateándole la sien. Para muestra un botón: don Ramón Luis Valcárcel, que tras cinco años plantado cual col de Bruselas en el Parlamento Europeo se está viendo venir la próxima cita con las urnas y se ha dejado caer recientemente en Murcia (vía San Javier, ay) para la precampaña. Con el rescate de la AP-7 y el escándalo de la desaladora de Florentino aún coleando, con el aeropuerto de Corvera todavía por activar a base de pólvora de rey, con la fiscalía reabriendo el caso de la balsa Jenny y con las ramblas desaguando tóxicos de las últimas inundaciones directamente en el Mar Menor, aquí que se nos planta el genio que iba a convertir Murcia en la Miami de Europa a hablarnos de medioambiente y economía (precisamente) circular. No sé vosotros, pero yo, para el que viene, me voy a pedir un año sin aniversarios, sin retornos estelares (y sobre todo) sin salvapatrias. Ya nos salvamos nosotros solos, señor ectoplasma.