Hija, qué bueno es volver a la vida normal. Bendito colegio. En parte es una lata ir corriendo a todos lados, sin el relax de las vacaciones, pero mira, poco a poco nos vamos ajustando. No te lo vas a creer, pero no he salido de mi casa (aún) ningún día con un ataque de nervios de camino al colegio, de esos que te empiezan a las siete de la mañana, y lo llevas puesto hasta las nueve. Es lo bueno que tiene que se estén haciendo mayores. Ahora se visten solos. 'Se visten solos', es que lo repito, y no me lo puedo creer. ¿Te acuerdas de cuando a Cristina le dio aquella barraquera, justo antes de salir, que se quitó los zapatos y los lanzó por los aires? Ay, me recuerdo a mí misma, con horror, buscando uno de los zapatos, que apareció finalmente detrás del sofá (¿cómo lo tiraría?), después de buscarlo por todos los lados. Con Elena de fondo llorando, porque iba a llegar tarde al cole. Y con Antonio, en ese iter, abriendo el tupper de la comida y volcándola encima de la mesa. Si ese día no me dio un infarto, creo que estoy inmunizada. Por cierto, que aunque recuerdo perfectamente que la comida era arroz con pescado (¡vamos, que lo estoy viendo!), lo que no sé es qué hice yo con aquel estropicio, porque lo siguiente que recuerdo es salir corriendo, y poco menos que echarlos al coche por la ventanilla, a los tres, adentro, camino al colegio. En fin, no sé tú, pero yo es que miro para atrás, y esto me parece santidad.

Una vez, en una excursión, que me los llevé al quinto pino, en medio del monte. Una de las veces que me dieron un día de esos de medalla, pasó al lado mío una señora, diciendo «luego es peor», yo me quedé en shock ¿Peor? ¿Cómo? Más adelante, durante la caminata, la señora me dijo que luego los problemas son peores, más graves. Y entones le entendí. Pues es verdad.

Mola esto de que crezcan. Estoy retomando antiguos hábitos que creía ya irrecuperables. Algunos frívolos como, por ejemplo: este año quiero seguir OT. Qué nostalgia de aquella primera edición, con Bisbal, Chenoa (era mi favorita junto con Gisela), que lo veíamos en mi casa mi hermana y yo. El otro día me lo puse en la cocina, mientras terminaba unas alegaciones. Cómo cambia el cuento.

Por cierto, uno de los hábitos que quiero ejercitar es el del orden. Ese no lo voy a recuperar porque ciertamente nunca lo he tenido. Pero me lo he propuesto este año: orden. No sé si llegaré al nivel de Marie Kondo, pero prefiero ese extremo. Me he propuesto ir, progresivamente, dejando atrás la broma esa de Rosa María Sardá, diciendo que lo bueno de tenerlo todo esparcido es que así lo tienes todo a la vista. ¿Me estaré volviendo una maruja?

Pues no me ha dado sin más. Desde que estuve en verano en aquella casa, estoy en 'modo orden'. Qué forma tenía esta mujer de tenerlo todo perfecto. Increíble. Yo creo que hasta los trapos de la cocina los colocaba en el cajón usando la regla. Qué forma de tenerlo todo planchado, todo en su sitio. Ha sido la primera vez que le he dado la razón a Antonio en eso del puñetero orden. Poco a poco me he ido contagiando. Aunque te confieso que no me sentía capaz de llegar a ese nivel de organización. Hasta las sartenes, hija, ordenadas entre sí, con papelitos enmedio para que no se rallen. Yo las cogía, con cuidado de mirar dónde estaban puestas, para colocarlas exactamente igual. Mi yo imaginario me decía que pasara de todo ese rollo del orden, que luego es un peñazo. Pero me he puesto en modo Tom Hanks hablando con Wilson: «¡Podría funcionar!».

Ya te contaré.