Una de las consecuencias inmediatas del desarrollo económico de un país es el descenso de la natalidad. En los países industrializados, la natalidad decrece de manera espontánea. Otra consecuencia natural de la mayor riqueza de una sociedad es el crecimiento en la demanda de bienes culturales y, en general, una mayor sensibilidad hacia las tradiciones, el arte y la historia. Ya se sabe: una vez cubiertas las necesidades más básicas, los individuos complacen otros apetitos más sofisticados. En realidad, incluso en las épocas en las que nuestra especie pasaba aprietos para proveerse de alimento y refugio se reservaba tiempo para expresiones artísticas. En la Región, de hecho, disponemos de algunos ejemplares, espléndidos aunque aún poco conocidos, de pinturas prehistóricas. Aun en los tiempos donde la búsqueda de alimento suponía una ocupación casi a tiempo completo, dedicaban nuestros ancestros unos instantes de sus días a pintar paredes. Es probable que también latiera ya en ellos el prurito de inventar y relatar historias.

Cuento esto al hilo de la manifestación que este pasado mes de mayo tuvo lugar en Cartagena reclamando la recuperación de la Catedral antigua. Unas trescientas personas se congregaron en tan justa reclamación. Este tipo de concentraciones marcan el más alto grado de progreso cultural. Creo percibir desde hace años una creciente sensibilidad en la sociedad murciana hacia su patrimonio y su historia. Sospecho también que esta sensibilidad es algo más acusada en Cartagena. Los murcianos, tantas veces acusados de indolencia, cuando no de abierto atraso cultural, se manifiestan reclamando la recuperación y el cuidado de su patrimonio. Buena noticia.

Alguien me contó que andaba por Galicia cuando, a principios de los años ochenta, la Real Academia Gallega emprendió la estandarización de la lengua. Tuvo ocasión de contemplar encendidas disputas, que llegaban a las manos, acerca de alguna decisión de la Academia. Los había más dados a aceptar castellanismos y otros más puristas. Lo que llamaba la atención de quien esto me refería era que cuestiones lingüísticas pudieran enardecer los ánimos de semejante manera. Se trata, concluyó, de un sublime grado civilizatorio.

Sería preferible que no hubiera que manifestarse reclamando el cuidado de nuestro patrimonio histórico. Sería preferible que la Catedral Vieja de Cartagena estuviera en mejores condiciones desde hace muchos años. Pero que cientos de convecinos estén dispuestos a manifestarse por esta causa es ya una excelente noticia. El que no se consuela es porque no quiere.