Seamos claros: no es la 'clase política', como tantos afirman recurriendo al topicazo, la que se encuentra alejada de una opinión pública española que respalda de forma abrumadora la prisión permanente revisable. Son, en concreto, PSOE, Podemos, nacionalistas e independentistas, como quedó patente de manera gráfica y demoledora en el debate y votación en el Congreso de una proposición no de ley del PNV que pedía su derogación.

Porque fueron las referidas fuerzas políticas, y no otras, las que firmaron una de las sesiones parlamentarias más bochornosas y denigrantes de nuestra democracia. Que, por cierto, nos la habríamos ahorrado perfectamente si Ciudadanos no hubiera desbloqueado en su momento la tramitación de la iniciativa nacionalista vasca. Aunque, claro, eran aquellos días en que los de Albert Rivera, inmersos en su conversión de la socialdemocracia al liberalismo 'progresista', calificaban de 'populismo punitivo' la figura penal implantada por el PP de Rajoy.

Escasa credibilidad pueden ganarse quienes, al albur de las encuestas, pasan sin solución de continuidad de pedir negro sobre blanco la supresión de la prisión permanente revisable, como hicieron en el malhadado pacto de investidura de Pedro Sánchez, a apuntarse a la propuesta del PP de ampliar los supuestos de su aplicación. A estas alturas, son de sobra conocidos tanto la obsesión demoscópica como el marxismo (de Groucho) que impregnan a los 'naranja', a los que en cualquier caso cabe darles la bienvenida a la sensatez y al sentido común? 'punitivos'.

El papel de los demás partidos políticos es el que cabría esperar de quienes descalifican sin más cualquier iniciativa del PP, especialmente en materia de derechos y libertades, por aquello del pedigrí antifranquista retrospectivo. Pero centrémonos en la postura de la que sigue siendo alternativa de Gobierno y, al menos en teoría, representa aquí una socialdemocracia identificada con los principios fundamentales de la Unión Europea. Pues bien: según aseguran sus portavoces, el PSOE basa su contumaz rechazo a la prisión permanente revisable precisamente en la defensa de unos 'valores'.

Vayamos a esos 'principios': por ejemplo, que la responsabilidad y/o culpabilidad de los crímenes, incluso de los peores, no reside en quienes los cometen, sino en una sociedad injusta y 'capitalista'. En último término, 'todos' somos 'culpables', y por tanto los derechos y garantías de los delincuentes han de situarse incluso por encima de los de las víctimas. Ya lo dijo Concepción Arenal: «Odia el delito, pero compadece al delincuente». Una filosofía 'social' (y socialista) típicamente relativista que diluye la responsabilidad individual (el reverso imprescindible de la libertad) y que lleva a defender que cualquier reinserción en la sociedad es posible, por mucho que la experiencia acredite exactamente lo contrario. Unos 'valores', más bien prejuicios, propios de la izquierda más rancia y despegada de la realidad.

En cuanto al argumento tan utilizado de que no se debe 'legislar en caliente', cae por su propio peso cuando la prisión permanente revisable se introdujo en una reforma del Código Penal del final de la pasada legislatura. De lo que se trata en realidad es de que nada de lo que venga del PP, de la denostada derecha, sea merecedor del más mínimo apoyo, máxime por parte de este PSOE podemizado, como tal sectario. Hasta el extremo de que sus 'principios' chocan incluso con los de socialistas o socialdemócratas franceses, alemanes o británicos, en realidad los de la práctica totalidad de la Unión Europea, cuyos Gobiernos han tenido a bien mantener, cuando no promover, esta misma figura penal en las legislaciones de sus respectivas naciones.

Así pues, que saliera a la tribuna de oradores en representación del PSOE un tal Campo Moreno, juez para más inri, a ofender de manera tan descarnada a las víctimas parecía desde luego innecesario, pero formaba parte de una estrategia diseñada y planificada. Se trataba, una vez más, de superar por la izquierda a Podemos, complejo obsesivo del nuevo líder.

De ahí que discurso tan lamentable, que se construyó también para consumo interno ante las dudas expresadas sobre el particular dentro de las propias filas socialistas, echara mano de los paradigmas absolutos de la izquierda más ultramontana: superioridad moral, por la cual los buenos sentimientos son patrimonio único y exclusivo de un 'progresismo' plenamente legitimado para impartir lecciones sobre la materia a cualquiera; fatal arrogancia, que les lleva a humillar a los mismos padres y madres de las niñas asesinadas, a las mismísimas víctimas, bajo el reproche y la acusación de 'dejarse manipular'; y, por supuesto, sectarismo, por el cual cualquier propuesta o iniciativa que venga de la derecha ha de ser denigrada, y quienes le apoyen desde fuera del ámbito político tachados de interesados y colaboracionistas.

No podía faltar la guinda, la última coartada a la que se agarra la izquierda cada vez que se siente acorralada: sacar a pasear los cadáveres de la Guerra Civil (solo los del bando del Frente Popular, claro) y del franquismo para arrojárselos a la cara al contrincante. En este caso, y para mayor escarnio, incluso a las familias de las víctimas, a las que se les llega a negar cualquier petición de justicia mientras no se arreglen ciertas cuentas pendientes con el pasado, de lo que parece ser se encargará esa orwelliana y totalitaria Comisión de la Verdad que pretende crear este PSOE radicalizado y revanchista.

La diatriba del tal Campo fue tan incendiaria y vergonzosa, tan abyecta y vejatoria, que hasta Blanca Estrella Ruiz, presidenta de la asociación Clara Campoamor, vinculada al PSOE, se vio en la obligación de pedir perdón públicamente. Mal camino lleva este socialismo de Pedro Sánchez si cree que humillando a los padres de Diana Quer, Mari Luz Cortés o Marta del Castillo va a conseguir arañar algún voto. Si estos son los 'valores' que distinguen a los que a sí mismos se definen como 'la verdadera izquierda', apaga y vámonos.