Tres hombres y un lienzo en blanco. Nada más. Y nunca he visto reír tanto en un teatro como la otra noche en el Romea con la obra Arte. Los hombres, de mediana edad, son amigos. El cuadro, blanco con tres imperceptibles líneas blancas transversales, por el que uno de ellos ha pagado una fortuna, es el desencadenante de una serie de desencuentros entre los personajes que, poco a poco, les llevarán a un punto de desnudez de los pensamientos y las emociones al que nunca hubieran llegado de haberlo pensado mejor, como una de esas conversaciones que se van enredando hasta hacernos decir lo que no queremos.

La compra de la obra provoca un debate entre los amigos sobre el valor del arte contemporáneo, pero que, entre bromas y nimiedades, acaba mostrando en realidad el delicado tejido que sostiene la amistad, una obra de arte en sí misma sobre la que también se cierne la amenaza de un mundo en el que se han destruido los criterios con los que atribuimos valor a las cosas. Los hombres hablan, se abrazan, se lanzan pullas, se pelean, se burlan, en serio y en broma; el espectador nota cómo la tensión va aumentando y la risa es ya una risa fuera de control: sabemos que no hay vuelta atrás, la apuesta ha sido demasiado alta. Pero a veces es bueno perder el control, para dejar atrás lo que está muerto del todo o para revivir lo que todavía merece la pena.

En sus diarios, Virginia Woolf escribió sobre lo extraño que le resultaba ver cómo los amigos van adoptando su forma definitiva: «¡Uno puede predecir cómo serán en su madurez! y casi se les puede ver con los ojos de la generación más joven». Arte plantea lo difícil que es ver a los demás, marcar los límites de lo que mostramos de nosotros mismos y comprender que lo que hay en el medio está vivo y se transforma. A partir de ahí, cuánto ponemos de juicio y sentimiento, de tolerancia y sinceridad, para marcar los límites de la traición. «Me gustaba tu mirada», dice uno de ellos. Y añade: «No deberíamos dejar a los amigos sin vigilancia». Bajo el aluvión de palabras, confesiones y egoísmos, la amistad se tambalea. «Ya no nos entendemos», responde otro. Sin embargo, frente ellos el lienzo ha cobrado una blancura diferente, una blancura de cosas desaparecidas, pero de algo que hubo y que puede haber, aunque no se vea, como de nieve cayendo sobre nieve.