Recuerdo cuando trabajaba en unos grandes almacenes los comentarios de los compañeros cuando otros ascendían de puesto. 'Trepas' o 'pelotas' eran las palabras más repetidas cuando veían al compañero recibir una notificación de ascenso.

Mi pensamiento se diluía entre dos cuestiones: ¿será verdad que la gente es capaz de ascender a toda costa sin miramientos? y ¿es posible que tengamos tanta envidia que nos ciegue para no ver que hay personas que se merecen por su trabajo, actitud y esfuerzo crecer en su empresa? Las dos preguntas se pueden responder afirmativamente; y aunque hay muchos de los primeros, y es posible que pronto hablemos de ellos, me quiero dedicar hoy a los segundos.

Toda la rabia que desprendemos sobre aquellas personas que, por su forma de sentir el trabajo, o su propia vida, aspiran a mejorar día a día, a puestos de distinta o mayor responsabilidad a los que actualmente ostentan o luchar por mejores condiciones, ya sea retributivas o de otra índole, decía, todo eso es simplemente, falta de humildad, falta de autoestima, falta de conocimiento propio, falta de comprensión?

Esta semana hemos estado acompañando en un proceso de ascenso en una multinacional española a un chaval con unas ganas increíbles de crecer en su empresa. Una de las pruebas que hemos preparado para que él pueda acceder a ese nuevo puesto ha consistido en una entrevista personal en la que es normal que se le 'aprieten las clavijas' y se le cuestione adrede el porqué de sus ganas de conseguir ese puesto. Y es que lleva más de 15 años en su empresa, la siente como suya, quiere crecer con ella, le apasiona levantarse por la mañana e incorporarse a su puesto de trabajo, considera a sus compañeros una familia de la que aprende continuamente, ¿y si no consigue ese puesto? «Me quedaré jodido, pero seguiré intentándolo», me decía.

¿Envidia? No; ¿admiración? Mucha.