Según un estudio de la Universidad John Hopkins publicado en The British Medical Journal, en relación a la salud de las personas, hay tres causas fundamentales de muerte: las enfermedades cardiacas, el cáncer y las negligencias médicas. Tal como lo han leído: las negligencias médicas.

De hecho, las negligencias médicas se sitúan en Estados Unidos en el tercer lugar de la mortalidad por razones de salud. Se calcula que en ese país más de 251.000 personas mueren al año por este motivo. Para que se puedan hacer una idea, lo que sería la ciudad de Granada entera. Por su parte, en nuestro país, se calcula que unas mil personas mueren al año por negligencias médicas, una cifra excesivamente bondadosa gracias a las enormes dificultades que existen en España para denunciar malas prácticas médicas. Si la facilidad para denunciar y conseguir sentencias favorables fuese semejante a la que existe en Estados Unidos, las cifras se dispararían.

Aunque es cierto que nuestro sistema sanitario tiene la gran virtud de atender a todos los ciudadanos de manera gratuita y de que para las enfermedades graves funciona casi a la perfección, la verdad es que cada vez la sanidad pública (y también la privada) da peor respuesta y hay peores profesionales. Sé que algunos me echarán los perros, pero no estoy diciendo nada que los propios profesionales de la sanidad no sepan. Todo lo contrario: de puertas para dentro, los buenos profesionales se lamentan amargamente de la inutilidad de muchos de sus compañeros.

Casi con total seguridad, usted o alguien de su familia habrá vivido u oído en los últimos meses alguna desagradable experiencia en un hospital, ya sea como paciente o como visitante. Cada vez, por ejemplo, es más frecuente ver a enfermeros y enfermeras caminando con el móvil por los pasillos compartiendo risitas. O médicos que no saben diferenciar entre una reacción extrapiramidal y un ataque de ansiedad. O ayudantes técnicos que te dicen con malos modos que tienes que ayudarles a cambiar la cama porque no tienen personal suficiente. O médicos que envían a tu madre a casa y te mandan una nota diciéndote cómo tienes que ponerles una infinidad de medicación como si fueses un practicante. O ver la sala de curas vacía y enfermeros y médicos paseando mientras tu madre tiene una brecha de diez puntos en la cabeza.

El grado máximo de esta tendencia a la falta de profesionalidad está en el trato que se les da a los ancianos. En los últimos días, han salido a la luz imágenes de personal sanitario golpeando a personas mayores, o insultándolos, o riéndose de ellos mientras sufrían una parada cardiorrespiratoria. Eso, ya no solo denota una negligencia profesional, sino una inhumanidad manifiesta propia de un delincuente.

Admiro a los médicos. A los buenos médicos y al buen personal sanitario. Siento por ellos una admiración y un respeto casi divino. Ellos salvan ojos, piernas, riñones, páncreas, pechos, vidas. Son dignos de toda nuestra alabanza como sociedad. Sin embargo, aborrezco a los malos médicos, a aquellos inútiles que hacen que pierdas ojos, piernas, riñones, páncreas, pechos o vidas.

Cuando estamos enfermos, cuando sentimos dolor, ponemos nuestras vidas en las manos de los médicos y del resto del personal sanitario. Eso hace de la sanidad una profesión con una enorme responsabilidad, pero también muy gratificante. Quien no sepa apreciarlo, por todo el mal que genera, no merece estar en esa profesión.