"Estoy contigo, estoy junto a ti". Son palabras de la canción que acabo de oír a La Oreja de Van Gogh y que vas destinadas a las personas con alzhéimer y a la investigación de esa enfermedad. La canción me ha parecido importante ahora que hay tanto vacío y tanta incertidumbre. Y se siente el tiempo particularmente rápido, surcado por la edad que avanza incontenible y por el tiempo y las pérdidas de personas, familia, amigos y amigas que se van al otro lado de la vida del destierro con forma de silencio total, porque después de ese último viaje todo es ya turbio en los sentidos, incomprensible como esa demencia intelectual que algunas personas padecen. Los he tenido tan cerca que podía tocarlas y respirar a su ritmo, aún los tengo a algunos en mi recuerdo.

El año pasado fue terrible en tristeza, en dolor. Sólo podíamos llorar, porque se iban de nuestro lado sin decirlo apenas, sin saber que ocurriría de un día para otro, nuestros amigos de siempre, el último hace unos días, el escultor Pepe Hernández Cano, con quien tanto queríamos Antonio Segado y Párraga en aquellos baños de Mazarrón. Y es que todos, poco a poco se van a ese viaje sin retorno, sin abrazos, sin vida ni alegría. Y así, todo es llorar; llorar a solas, desconcertados.

Y esos niños sin escuela ni pan que echarse a la boca. Los niños del mundo subterráneo y sin eco, los niños sin agua, sin comida; los niños tan pobres como hambrientos en ese continente tan cercano, niños sin aula, sin cariño, sin alegría, niños en silencio, rotos y viejos. Y esos que van de guerra en guerra, armados, ciegos por el sol del fuego. Niños abandonados en las pequeñas olas de un mar tan cercano y tan azul como el nuestro, tan cerca de nuestra orilla. Niños solitarios, niños que nunca tuvieron juguete y ahora mismo se mueren de hambre. Niños que huyen de todas partes. Niños que no son niños, niños viejos, caídos por las olas de un mar que los inunda y niños en el fondo de su propia casa, hundidos en la tierra y el cemento de su propio dormitorio, sellados por un vendaval o por un terremoto. Cuánto dolor y cuánta tristeza en estos tiempos terribles de destinos malditos para tanta gente inocente y buena.

Por eso lloramos, seguimos llorando y gritando nuestra angustia y la soledad. Hasta que vino alguna canción como esta de la compañía («estoy contigo») que nos recuerda que una mano que reciba el dolor de otro es el único milagro que nos queda. Poner voz a quien no la tiene, ojos a quien aún no sabe que el mundo se ha sellado de terribles catástrofes, y que el miedo corrige el rumbo de la vida, de la alegría, que fue roto por la desmemoria o el silencio de aquella palabra amiga que no volverá a decirnos su personal aliento de ternura.

Por eso esas palabras que contiene la canción que oía ayer me dieron sentido, me confiaron en su mensaje. Y de ellas salían fotografías de aquel dolor de 2016 hasta ahora mismo, el que contaba con el mismo frío que tienen los pobres, por el frío de las catástrofes, de las guerras, del hambre, o el de aquellas personas de la demencia intelectual, porque todo es del mismo y turbulento amargor de vidas solas, alejadas en sí mismas y en silencio. De las terribles oquedades de los grandes templos que nombraba Lorca (geometría y angustia) y que no parecían ir juntas, los mismos barros y dolores que en Hernández crecen y conviven, la misma poca fortuna de aquellos golpes que nos encarna la muerte y que sentía Vallejo con el mismo dolor que León Felipe veía aquella cajita en la que iba un niño que un día asomaba su carita tan blanca por aquel cristal de la ventana desde donde veía el poeta al pequeño, y su naricilla chata. Por eso lloramos y seguimos llorando, porque no hay destino sin historia ya contada, miradas sin sonrisas, vida sin una pizca de alegría.

Hoy nos toca luchar contra una enfermedad, mañana lucharemos así contra la sed y el hambre, contra el miedo, el ruido o la necedad. Estaremos al lado de quien sufra. Y cuando haya que partir pediremos que se nos oiga: no te vayas cuando llegue el último viaje y nos separemos, entiende que estar contigo es el milagro de la nostalgia que alumbra aquella tarde en que el horizonte era anaranjado y estábamos juntos. Por eso, gracias a quien tiene que ver con palabras, miradas, manos o canciones hermosas que arrebatan con sus voces alegrías de sencillos sonidos. Y la compañía en las tinieblas que vivimos cada día se torna ternura elemental.

Gracias por ese abrazo lleno de rima suave. Todos cuantos no amamos la soledad sabemos que es bueno regresar otra vez dispuestos a estar con el otro, con ese padecimiento que en septiembre hace que pensemos y ayudemos a luchar contra el alzhéimer, y no sólo ese día 21, que es también un día de paz, sino todos los días, porque es la enfermedad de la tristeza y de la soledad, y éstas son duraderas. Por eso, cuando la música nos dice «estoy contigo», sumándose así a cuantos sienten que esa canción es coral, retorna el aliento de vida que, aunque aparentemente fugaz, para quien sufre enfermedades o viajes donde habita el silencio es como una eternidad que volviera a quedar en nosotros, vida que surge nuevamente, la vida que amamos desde todos los sentidos.