«Hija, alístate, que llegamos tarde», «Esperadme un poco, que me estoy alistando». Cuando oíamos esto, no había duda de que alguien se estaba vistiendo, y aún más, arreglándose o ataviándose para una visita, un viaje o una fiesta; porque alistarse, aunque podía referirse al aderezo común, olía sobre todo a celebración, a muda y vestido nuevos o de los domingos, lo que exigía una atención poco común. Pero esta palabra, antes frecuente en todos los niveles sociales, desde la burguesía urbana a los humildes campesinos, hoy la podemos encontrar solo en el diccionario, porque unos y otros se olvidaron de usarla, como si no quisieran ser retratados en el momento de vestirse las mejores galas, de acicalarse y ponerse guapos, y solo se dejaran ver cuando ya están listos, con el atavío concluido. Hoy habría que volver al expresivo alistarse, sin olvidarnos del popular arreglarse o del distinguido ataviarse, también arrumbados, porque así dejaríamos claro que una cosa es el aséptico vestirse, que sólo dice eso, mientras que aquellos hablan de todo el ceremonial de trajearse, pero también de acicalarse, tocarse y engalanarse cuando la ocasión lo requiera.