Escribo estas letras a las pocas horas de la barbarie escenificada sobre las vidas de más de un centenar de personas en Barcelona, sobre sus familias y allegados. Escribo, pues, sin mucho afán.

«Cultura es lo que desconocemos», dejó escrito don Enrique Tierno Galván. Sin duda, la actitud opuesta resultaría extraña al descubrimiento, enemiga del conocimiento, afecta a la complacencia, próxima a ´lo nuestro´ como valor último. El triste devenir de los museos públicos de nuestro municipio, su gestión política, para ser más exacto, se asoma a una especie de callejón sin salida que no es sino otra muestra de un municipio sin proyecto cultural desde hace más de veinte años. Digo proyecto político cultural. No está en cuestión aquí el trabajo de técnicos municipales ni empresas de gestión cultural durante ese mismo periodo.

El desprecio por la cultura como derecho ciudadano y servicio público ha sido mayúsculo por parte de los gobiernos municipales del Partido Popular y destaca por su desprecio hacia el personal de servicios culturales.

Al empeño del alcalde Cámara por externalizar servicios debemos hoy la situación límite de dos referentes culturales, el museo Ramón Gaya y el museo de la Ciudad, desprovistos de plantilla propia, condenada ésta a la precariedad y al mínimo reconocimiento profesional, a pesar de su intachable dedicación como personal externo. No solo los museos municipales no han crecido en veinte años, al contrario, al cabo de ese tiempo, el abuso de la externalización ha provocado el conflicto que sufren los trabajadores y trabajadoras, sin cobrar desde febrero en un caso, despedidas en el otro.

En todo el periodo de auge económico nadie vio ocasión para crear una docena de plazas que consolidaran la plantilla de estos dos museos. No digamos para el resto de instalaciones culturales. Crecieron las terrazas en Santa Catalina, con sus paletos saludando langostino en ristre (como contaba Montiel) pero el Gaya no mereció un equipo profesional estable.

A falta de crear y proteger una auténtica estructura municipal, cada museo a lo suyo, sin coordinación, sin criterio divulgativo-científico de conjunto, sin plan común para compartir recursos, todo a costa del celo profesional del personal. Planificar con criterio, esa banalidad, cuando la imagen de no sé qué virgen sin mayor valor artístico puede lucir en el museo de la Ciudad porque alguien la donó y Cámara ordenó exhibirla.

El Consejo social de la Ciudad (fundado y abandonado por Cámara en 2012, rescatado por Ballesta en 2015) elaboró la Estrategia de Ciudad de nuestro Ayuntamiento. En concreto, la Mesa de trabajo denominada Turismo, Comercio, Cultura y Patrimonio se reunió dos veces en la primera quincena de 2015, durante un total de 3 horas y 45 minutos. A la primera reunión acudieron doce consejeros en representación de sendas organizaciones y entidades sociales. A la segunda, solo siete. Ninguno representaba a asociaciones, entidades o empresas culturales.

Entre las líneas de trabajo consensuadas, nada relacionado con la promoción de nuestros recursos museísticos. Quizá esto ayude a explicar algunas cosas.

Sin proyecto cultural definido, el Partido Popular se refugia en la política de eventos, reflejada a diario en las páginas impares de nuestra prensa impresa. A lo sumo, Ballesta aplica un decapado al chipirrín de Cámara con creatividad, chispa y un buen gabinete de comunicación, pero lo cierto es que hasta el noble arte del grafiti ha tenido más promoción que las conservadoras, programadoras e investigadoras de nuestros museos.

La hipoacusia instalada en la concejalía de Cultura completa este proceso de cuatro lustros. La voluntad de diálogo con el mundo cultural (tan complicado, sin duda) parece no existir. El asunto merece capítulo propio. O quizá todo se debe a un planteamiento político de base, en el que el hecho cultural concebido como objeto de consumo (es decir, a expensas de la demanda del consumidor) se enfrenta al concepto contrario, al de la inversión de recursos públicos generadores de oportunidades para todos.

La excelencia presente en tanto acto institucional es un discurso de clase, discriminador por tanto, no lo olvidemos.