Los vanos y presuntuosos prefieren burro grande, ande o no ande. Y así, los habladores que se las dan de cultos suelen preferir palabras largas y de estruendo -como el Rocinante que eligió don Quijote para su jamelgo-, presumiendo de términos enrevesados, esdrújulos o complejos, porque creen que dicen mejor lo que quieren decir. Pero así como la bondad y la hermosura está en las mujeres chicas y la esencia se guarda en los frascos pequeños, que ya lo certificó el Arcipreste de Hita, la utilidad de los vocablos no depende de lo llamativo y prolijo de su son.

Algo de eso comprobarán al oír un breve y repentino chasquido, que otros confundirán con un susurro: un ´ya´ al que los maestros ciruela, que no saben lo que dicen, aplicarán la etiqueta despectiva de ´partícula´, sin apreciar que este escueto ´ya´ es un maravilloso resorte que, en un mágico vaivén a través del tiempo, nos lleva del pasado que ´ya´ hemos vivido al presente que ´ya´ estamos viviendo, hasta llegar al tiempo o la ocasión futura que ´ya´ experimentaremos. Y sepan también que esta diminuta, aunque formidable, máquina del tiempo, podrá colocarnos al final de un proceso que ´ya´ es preciso concluir. Y con su escueto son podremos dar sensación de inmediatez a quien nos llama o nos apura a actuar diciéndole que ´ya´ vamos o ´ya´ lo hacemos. Y asentiremos a lo que nos dicen apoyándolo con un ´ya´ lo sé o lo veo.

Pero no olviden sus muchos otros matices, desde la duda del ´ya´ veremos a la enfatización de lo que se acaba de decir, que ´ya ya´, sin dejar atrás el ´ya´ del que recuerda algo o el ´ya, ya´ con que irónicamente se desconfía de lo escuchado. Y ´ya´ no digo más.