No cantaré, oh Musa, las excelencias de la familia tradicional que empieza con Adán y Eva, continúa con la Sagrada Familia y culmina con La gran familia de Alberto Closas, entregada al amor conyugal, a la crianza de los hijos y al cuidado y memoria de progenitores y antepasados. Tampoco criticaré las moderneces y laxitudes de la familia alternativa de ahora, con su pareja formada por A y B, sean heterosexuales, pertenecientes al colectivo LGBT, maquinistas de tren o comerciantes de ultramarinos. Porque por más que se resistan aquellos o se empeñen estos, lo que priva en la actualidad es la familia mediática, versión corregida y actualizada de la vuelta a la tribu, que propugnan voces autorizadas de la progresía catalana.

Si estas familias habían sido el reducto de la intimidad, la moderna y multiforme familia telemática abre las puertas de nuestro vivir a nuevos miembros con los que compartir los mínimos pensamientos y los eventos extraordinarios, en multitud de foros y grupos donde volcamos nuestras ideas, sentimientos y ocurrencias; pero también damos cuenta fidedigna de viajes, encuentros, enfermedades, éxitos y fracasos, sin oldvidar el detalle de nuestra última radiografía, paella, sarao o deposición del niño, sea la nueva familia integrada por compañeros de carrera o de trabajo, padres de alumnos, cazadores, pederastas o buscadores de setas que comparten con nosotros sus vidas e inquietudes, más que si fueran nuestros padres, hermanos o sobrinos.

Una familia mediática que no se queda en la ´cosa nostra´ de los intereses o aficiones del grupo, sino que tiende al infinito, a la única y gran familia del género humano, cuyos miembros innumerables se ofrecen en las redes sociales a ser nuestros amigos, se solidarizan con nosotros, nos felicitan o nos recriminan, aun sin conocernos de nada, hasta el punto de crear una malla de familiaridades tan necesarias y dominantes que incluso los antiguos padres e hijos o los enamorados no se reconocen ni se aprecian si no se comunican delante de las cámaras, por el skay o mediante reclamos de Facebook.

Así que usted y yo, que no disfrutamos de tan extensa y sólida relación mediática, vivimos desvalidos y solos, en los márgenes de la gran familia que acuna al género humano con el manto de su red.