La protección del Mar Menor es prioritaria pero sin extremismos; hay que convivir con el interés económico.

Javier Celdrán, nuevo consejero de Turismo, Cultura y Medio Ambiente

La semana pasada hice un rápido tour por Granada y Sevilla. En la primera saludé a un viejo amigo a quien no veía desde hará por lo menos quince años. ¿Qué tal te va? le pregunté. «Pues aquí estoy, viviendo en una postal». La postal es Granada. ¿Qué decir de Granada?

Pues eso, que sigue siendo Granada, pero se ha convertido en una postal. Todo es turismo, a todas horas y en todos sitios. La media diaria de visitas a la Alhambra es de más de 8.000 personas, y se han puesto de moda en su recinto las despedidas de solteros al estilo Benidorm, con pandillas que van dejando las potas por los jardines. La erosión monumental es inquietante, y aun así los políticos y los comerciantes presionan para incrementar la llamada. Los turistas han invadido en masa los lugares más típicos de la ciudad: el Albaicín es ya una zona residencial, la calle de los Tristes es una exposición de supuesto tipismo para disfrute de centenares de japoneses, que han dejado en minoría a los propios granadinos.

Los japoneses. Si visitas Granada entiendes de inmediato lo que quería decir Susana Díaz en el alucinante párrafo de su programa cultural para las primarias socialistas que merece la pena reproducir: «La mayor creación de clases medias se está produciendo en Asia. Asia tiene excelentes playas, por lo que los turistas asiáticos que vienen a España y a Europa buscan cultura€ El potencial de crecimiento en turismo cultural es enorme. El turismo de paisaje y de aventura también tiene un gran potencial en España. El resto de actividades culturales contribuyen a mejorar la Marca España, haciendo más atractiva la llegada de turistas, y nutren de contenidos la estancia de los turistas, algo determinante para que elijan España antes que otros destinos».

Esto es lo que ya está pasando en Andalucía, como antes en Barcelona y en otros lugares donde la cultura ha quedado reducida al reclamo turístico y donde las termitas están minando el patrimonio y transformando el comercio y el paisaje urbano en un escaparate de souvenirs y sucedáneos de algo que alguna vez fue auténtico.

En Sevilla ocurre tres cuartas partes de lo mismo que en Granada, pero tal vez todavía se salva por su mayor volumetría urbana o porque sus reclamos monumentales satisfacen al turista urgente con la contemplación desde el exterior (Torre del Oro, Giralda...), lo que en apariencia provoca una menor agresión física.

Todos a la caza del turista. ¿Y quién podría oponerse? El turismo crea empleo, promueve la economía, nos pone en el mapamundi y otros etcéteras. Pero también deja una huella destructiva cuando se desborda, cuando el paisaje no es para el turista sino que el turista es el propio paisaje.

La creación, en la Región, de la nueva consejería de Turismo, Cultura y Medio Ambiente (el orden de los términos es bien indicativo), puesta en manos de un tecnócrata como Javier Celdrán, más que un puzzle extraño de retales, como fue leído en un primer vistazo, responde a la coherencia del citado programa susanista, equivalente a la política que propugna el PP en estos capítulos. El titular destacado de la entrevista que el pasado domingo reprodujo mi compañera Pilar Benito es un adelanto inequívoco de la apuesta por el turismo termita, al que se entrega todo, incluido el Mar Menor. La frase del Celdrán no conduce a engaños: «La protección del Mar Menor es prioritaria, pero sin extremismos». ¿Qué será una protección sin extremismos? Y esto dicho en un momento en que ha sido posible detectar las consecuencias de una, esta sí, extremada desprotección.

La cultura es, en muchos aspectos, una industria o, mejor dicho, se promueve a través de ella. Y sería por fin bienvenido un Gobierno que en vez de establecer el canon cultural desde el poder o de organizar fastos con los que compite, anula y hasta arruina a las pequeñas empresas del sector se dedicara a estimular las iniciativas que surgen desde la propia sociedad. El medio ambiente, que hace no tantos años era para el poder político, especialmente el popular, una superchería de marginales o una rémora para el desarrollo económico, ha sido también descubierto como una industria más. Ese doble descubrimiento ha provocado un extraordinario fervor gubernamental en favor de la cultura y del medio ambiente como áreas que permiten hacer caja que tendrá la inmediata consecuencia de liquidar la cultura y el medio ambiente. Enmedio de ambas se sitúa el turismo, cuya explotación desordenada también lo reducirá a la nada. Tras la burbuja inmobiliaria se empieza a inflar la turística, cuya consecuencia final será dejar un campo devastado en el que habrá desaparecido hasta lo más sagrado. Pero será sin extremismos.