Se sube al coche con el ímpetu de sus trece años y se acomoda en el asiento del copiloto. Acto seguido baja el parasol, despliega la solapa del espejo y se yergue alzando la cabeza para mirarse de cerca. «¡Odio este espejo!». Le pregunto por qué y me contesta que en él siempre se ve fea, que ese espejo le saca todos los defectos. Su preferido es el de la entrada de casa, donde suele echarse un vistazo cada vez que sale, como ha hecho hace un momento, antes de subir al coche. ¿Qué ha cambiado? Eres la misma, le digo.

Mientras conduzco en dirección al instituto voy pensando en lo que me acaba de decir y en cómo nos acompañan los espejos todo el tiempo y, sin llegar a la obsesión de la madrastra de Blancanieves, qué relación tan complicada mantenemos con ellos. Y me ha hecho recordar la historia de Ilsée, que hablaba todas las mañanas con su espejo como si la imagen que le devolvía no fuera ella exactamente, sino ´la otra Ilsée´, a quien siente muy cercana hasta que se enamora y el amor le hace descuidar a ese doble que, sin embargo, queda atrapado en el espejo como la imagen perfecta de su juventud, desafiando el paso del tiempo. Cuando Ilsée pierde a su amor, culpa a la dama del espejo, como si al mostrarse tan joven y hermosa le hubiera robado la mirada de su amado. En el cuento se dice que Ilsée ya no veía a la dama del espejo, mientras que su novio sí que la contemplaba. «Es a la otra a la que miras», le reprocha. Esa extraña historia de Marcel Schwob nos dice que lo que vemos en el espejo no somos nosotros, sino solo una parte oculta, tan deseada como temida. Llega un momento en el que al mirarnos en el espejo ya no podemos alcanzar nuestra imagen, como si lo que deseamos ser y lo que vemos nunca fueran a coincidir.

Consumida por los celos, Ilsée decide envolver el espejo en una tela blanca. Comprende que perder una mirada es perder el amor. En sueños ve a su amado, pero pasan los años y no vuelve, mientras ella va envejeciendo. Finalmente, pierde la paciencia, duda de su amor y rasga la tela blanca para reencontrarse con la otra Ilsée en el fondo del cristal, ahora ya cubierto de manchas oscuras como lagos de sombra.