Tengo que reconocer que me encanta este país. Desde el punto de vista sociológico, España es uno de los países más evolucionados del mundo. Nuestro país es de los pocos países del mundo en el que sus ciudadanos no tienen ni el más mínimo sentimiento de pertenencia. Aquí, nos cagamos en la bandera española y nos meamos en el himno español sin el más mínimo pudor. Incluso nos avergonzamos de tener himno o bandera. Los españoles no somos españoles. Somos parte de una parte de una parte de España. Cada uno de nosotros representa una tribu individual.

Por supuesto, también nos avergonzamos de nuestra historia, aunque lo más frecuente es que ni siquiera la conozcamos. Nuestros héroes son rescatados por escritores de otras partes del mundo que se quedan admirados de la devaluación cultural de los españoles modernos. Aquí, se es de izquierdas o de derechas, y según seas de un lado o de otro, pasas de héroe a villano en cuestión de segundos. Los españoles vivimos así en una amnesia permanente: solo nos importa el presente porque nos avergonzamos del pasado y el futuro nos importa un pijo.

Lo último que demuestra que los españoles somos lo más avanzado desde el punto de vista social y cultural es el trato que ha recibido Javier Fernández. Si Javier Fernández fuese americano, lo pasearían por las principales calles de Nueva York y le tirarían confeti desde las ventanas de todos los rascacielos. Una auténtica gilipollez patriota. Sin embargo, aquí, en España, nadie fue a recibirlo al aeropuerto. Como debe ser. Toda una leyenda viva del patinaje artístico con cinco campeonatos de Europa pasando desapercibido entre miles y miles de personas.

Y es que, en nuestro país, todos somos iguales. Los méritos no importan. El trabajo no importa. El esfuerzo no importa. Todos merecemos lo mismo. Todo tiene el mismo valor. Da igual que seas el ganador de Gran Hermano o que seas Javier Fernández, Diego Gutiérrez, Armando del Río, Clara Campoamor, Pedro Cadavas, Alejandra Quereda, Diego Martínez o Mariano Barbacid. Ellos, grandes en sus campos, pueden salvarnos la vida. O pueden hacérnosla más fácil. Sin embargo, los españoles no los conocemos. Conocemos mejor el nombre impronunciable de un jugador extranjero de segunda división. Solo hay que ir a un colegio español y preguntar por estos nombres (tanto a alumnos como a profesores). Nadie sabrá responderle. Luego pídales a esas mismas personas que recitan la alineación del Real Madrid o del FC Barcelona. El resultado será distinto. Y ahí, en esa sencilla prueba, encontrará usted la respuesta de por qué somos un gran país. Por supuesto, no utilizo 'gran nación' porque ese término (en un país de paletos) queda asociado solo a un lado del espectro político.

Javier Fernández, Diego Gutiérrez, Armando del Río, Clara Campoamor, Pedro Cadavas, Alejandra Quereda, Diego Martínez, Mariano Barbacid, David Cal o, antes, Manuel de Irujo, Ángel Sanz Briz, Blas de Lezo, Joaquín Rodrigo, Leonardo Torres, Emilio Herrera y un sinfín de grandes figuras que nacieron en nuestro país han muerto o morirán en el más absoluto olvido sin que nos dé la más mínima vergüenza. Sus nombres no volverán a sonar. Su esfuerzo no será ejemplo para nadie. Sin duda, ese el mejor camino para seguir siendo un país mísero y miserable.