Hay películas que te recuerdan la magia del cine. No son muchas las que logran este cometido. La, la land, el trampantojo de musical que protagonizan Ryan Gosling y Emma Stone pertenece a este género. Un clásico contemporáneo que ensalza esa fábrica de sueños que es el séptimo arte. Porque el fin último de una película es emocionar. No hay nada que entre con calzador en el largometraje. Los números musicales tienen la magia de la sencillez, la música te atrapa y las interpretaciones tienen el poso de las que marcan la carrera de un actor, pese a ser dos intérpretes sobradamente contrastados.

A la perfección técnica le sigue una historia con la que muchos podrían identificarse. ¿Lo sacrificarías todo por un sueño? ¿Merece la pena pelear ese sueño por mucho que duela el camino? Es la dicotomía a la que se enfrentan los dos protagonistas. No es un dilema sencillo. Los sueños a menudo definen la identidad de las personas. Renunciar a ellos por otra persona significa de algún modo renunciar a un trozo de ti mismo. En la relación entre los personajes de Gosling y Stone, los protagonistas se enfrentan a este dilema. Ambos se enamoran el uno del otro por los sueños que tienen. Pocas películas se instalan en el espectador con la certeza de estar viendo un clásico. Porque este dilema no tiene tiempo. Los Oscars la consagrarán como lo que es. Un clásico eterno.