Populista es la última palabra-proyectil. Se dispara contra toda clase de sujetos que osen hacernos la competencia, una palabra como rojo o fascista: no cuenta nada su significado, sino su uso denigratorio. Cosa curiosa: el partido que con más frecuencia advierte de los riesgos del populismo se llama Partido Popular. Otro que también ve enormes riesgos en el populismo (que debe ser una enfermedad de trasmisión sexual, a juzgar por las alertas) es el PSOE, que aspira a acoger a todos los españoles que viven de su trabajo, lo que representa sólo el 99 % de la población, pero los populistas son los otros, los que se quejan de que para sacarnos de la OTAN, nos metieran más adentro.

Nadie detectó la presencia deletérea de los populismos cuando los dos partidos de siempre reformaban la Constitución cuando lo ordenó Merkel o nos daban de alta en alguna organización supranacional sin consulta previa al soberano: no me extraña que les nieguen la consulta a los catalanes en calidad de tales, teniendo en cuenta que también se la suelen negar como españoles. Ellos no son populistas. Y se nota. Por ejemplo, Rajoy ha prometido en varias ocasiones no subir los impuestos (una promesa muy popular) pero, como no quiere ser populista, ha incumplido su programa: de grandes pecados se derivan inesperadas virtudes.

Para evitar el contagio letal del populismo, por lo visto hay que acudir, con el dinero de todos, a tapar los agujeros que dejaron personajillos insolentes que saquearon los bancos que debían gestionar. También hay que permitir que las Koplowitz o Florentino Pérez se forren construyendo autopistas y si no tienen usuarios, rescatarlas, con dinero público.

Si digo que es muy raro que Hacienda monte juicio a alguien que esté por encima de una folclórica o un futbolista, cometo pecado de populismo. Lo mismo que si me ve perplejo porque a Cristiano Ronaldo se le ha comenzado a investigar cuando Messi ya estaba juzgado y condenado. En cambio aclamar a la Cheperudeta o la Roja (aún antes de obrar milagros), sólo es de bien nacidos, qué raros somos.