Al igual que sucedió en la vieja Rusia, tras la Primera Guerra Mundial el final del Imperio Otomano no significó simplemente un desmembramiento territorial y la sustitución de un régimen monárquico por otro republicano. Fue, en realidad, el nacimiento de un nuevo estado, Turquía, la primera nación musulmana laica y democrática. Debido a la impronta de su padre fundador, Mustafa Kemal Atatürk, desde 1923 Turquía constituye un caso singular en cuanto al papel de sus Fuerzas Armadas ya que éstas han sido las garantes de la democracia y el laicismo en el país, cuando en el resto de Europa y América han sido los ejércitos los que han violentado regímenes democráticos mediante sus intrusiones en la política. Bajo este punto de vista, el fracasado golpe de estado del pasado día 15 era hasta esperable, pues muchos nos extrañábamos de la actitud pasiva de las Fuerzas Armadas turcas en los últimos años de presidencia del islamista Recep Tayyip Erdogan.

El asunto, sin embargo, no es tan sencillo como parece. Hay cosas incoherentes que nos permiten especular con que algo huele a podrido en Ankara. Es muy raro que, en un golpe de tal magnitud, sus impulsores sólo contasen con el apoyo previo de algunas guarniciones de la capital y de Estambul, y no con el de las unidades más potentes del Ejército (las grandes brigadas acorazadas y mecanizadas, dispersas por las fronteras con Irak y Siria, y en el Kurdistán), primero por motivos puramente militares, y segundo por ser sus comandantes los generales más respetados y con mayor ascendiente sobre los oficiales. La rapidez con la que los partidarios de Erdogan se han movilizado, eficazmente alertados por las mezquitas (que parecían tener más información que las principales agencias de prensa internacionales) también da que pensar. Parece, más bien, que alguien alentó a los golpistas para que se hiciesen con el poder aprovechando la ausencia de Erdogan, de manera defectuosa, y permitir así al presidente hacer una limpieza en casa a conciencia, como así está siendo. Una purga en las Fuerzas Armadas en toda regla, como ya se hizo con la Policía en su momento, y también en la Justicia y entre la oposición. Puede que estos días estemos contemplando el final de una época en Turquía, la muerte definitiva de la república laica, y el apuntalamiento del islamismo en el país, al quedar domesticados sus uniformados garantes. El golpe parece ser, en realidad, un autogolpe, y se ha querido hacer creer que ha sido el pueblo en la calle el que lo ha parado, cuando en realidad ha fracasado por falta de apoyos (los golpes militares sólo triunfan cuando hay unidad en las Fuerzas Armadas „como en Chile en 1973„ y fracasan cuando no la hay „como en España en 1936„).

¿Y qué significaría para el ajedrez geopolítico una Turquía islamizada, gobernada con mano de hierro por un Erdogan crecido? No poca cosa. Turquía es la décima potencia militar mundial (y cuarta de Europa). Si el Estado Islámico ha logrado enormes avances con unos medios bastante precarios, da miedo pensar que las formidables Fuerzas Armadas turcas (que alinean un Ejército de 320.000 soldados y 2.400 tanques, una aviación con 350 cazabombarderos y una armada de 16 fragatas y 14 submarinos) queden en manos de una república islamista.

Sabemos que Erdogan apoya al Estado Islámico. Se beneficia del contrabando de petróleo que realiza a través de su frontera, comprándolo a precio ínfimo y convirtiéndose así en su principal financiador. Significativamente, los dos países que están enfrentando con mayor determinación al Estado Islámico son Siria y Rusia, es decir, el enemigo contemporáneo y el enemigo secular de Turquía. Y, por supuesto, los kurdos (la pesadilla de Ankara), tanto en Siria como en Irak. Por estos motivos económicos y estratégicos (el enemigo de mi enemigo es mi amigo), Turquía es hoy el principal apoyo internacional del Estado Islámico, y las perspectivas de un Erdogan con sus poderes reforzados, sin la tutela de unas Fuerzas Armadas purgadas a fondo, con un poderío militar inmenso y cada vez más empeñado en ser el gran líder del Islam suní en todo el mundo, son francamente negras.