Hay tantos que no soportan la Navidad como tantos que desdeñan el dulce. Unos porque no gustan de estos sabores suaves, en exceso concentrados, y otros por aquello de mortificar al deseo en la creencia que lo que nos apetece nos puede dañar. Hay quienes, después de experiencias de sufrimiento, no son capaces de disfrutar de lo placentero y hay otros que, por si no perdura, no quieren abrir la muralla no vaya a entrar el enemigo y les pille desprevenidos, entre risas, amistades y vinos.

Aunque algunos filósofos se hicieron muy sabios renunciando a los placeres y a los excesos, lo cierto es que estos días de final de año la mayoría del personal, sea creyente o no, entramos en un estado de buen rollo que casi nos hace levitar, por unos días, sobre la dura realidad de un mundo que nos estamos cargando, en el que los Herodes siguen gobernando sin escrúpulos, los imperios se lavan las manos mientras esquilman con codicia todos los recursos y los inocentes siempre son los que sufren. Cada vez hay más ovejas entre lobos y menos puestos de trabajo para los pastores, a los que sólo le quedan sueños de Jedis salvadores entre las estrellas o de Magos y loterías que nos regalen todo lo que creemos necesitar.

Es sabido que la Navidad cristianiza otras fiestas de fin de año, como las saturnalia romanas. Hoy día, la mayoría de nuestros conciudadanos aprovecha la ocasión para celebrar, con el barniz de la tradición, algo profundamente humano que si no existiera habría que inventarlo: Los buenos deseos para la familia y el género humano, una fraternidad con la que el hombre siempre ha soñado y que ha dado lugar a lo mejor de nosotros pero también a lo más siniestro al tratar de imponerlo a los demás.

Desde niño he vivido con ilusión estas fiestas y, cuando entras en el medio siglo, la añoranza se apodera de uno, recordando momentos en los que todo parecía ser perfecto, mientras recibías sencillos regalos porque tus reyes venían pobres, jugabas con los amigos, recibías la visita de los primos de Granada o de Manresa, tu familia hacía la matanza, tu abuelo las migas y tu madre unos exquisitos cordiales con almendras del Campo de Cartagena, los rollos de anís y unos dulces de cabello de ángel con las calabazas que habíamos criado en el huerto. Luego, en el salón parroquial, los vecinos de Pozo Estrecho interpretaban el Auto de Los Pastores, la banda de música hacía un concierto y escuchabas a tus compañeros de clase que parecían mucho más formales con sus instrumentos. Después de misa de gallo, el coro de La Aurora salía cantando y pidiendo el aguilando por las calles y las casas, y cuando llegaba el día de Reyes íbamos a ver el desfile de sus majestades en carrozas por el pueblo y luego, a la noche, preparábamos paja y agua para los camellos y una copa de anís para los Magos de Oriente.

Hemos recuperado estas sensaciones con nuestros hijos, cuándo nos han recordado nuestra infancia, pero quizás nos hemos sobrepasado queriéndoles dar todo lo que nosotros no tuvimos y los hemos empachado de tantas cosas que han perdido muchos sueños. Con los años, hemos huido de los pueblos y nos hemos metido en la ciudad, en sus calles, iluminadas con los excesos navideños, y en los centros comerciales rebosantes de cosas que consumir. Amigo de avanzar y surcar nuevos caminos, pero también de no perder las raíces, creo que lo contemporáneo no está reñido con la tradición, quizás por aquello de que «lo que no es tradición es plagio», por eso quiero saludar las iniciativas de recuperación de la Navidad en los pueblos: El concejal Juan Pedro Torralba nos ha sacado del lado oscuro, con la vuelta a tener luces navideñas y actividades en los pueblos. Mención especial para los vecinos de La Magdalena, Molinos Marfagones, Los Puertos o los de Perin que nos hacen disfrutar con sus cuadrillas y de la teatralización de Los Reyes Magos, que hunde sus raíces en la primera obra dramática castellana en el S. XII y después en los autos sacramentales del XVI. Un excepcional trabajo de mucha gente comandada por María Jesús Ros Agüera, Ginesa García Conesa, Pakosky Montoya, Antonio Bernal Aznar? Es cultura, patrimonio, tradición, música, hermandad? y una gozada. Que esto vaya a más es, con salud, trabajo y paz, mi gran deseo para todos.