El artista, que es propósito de alegría de toda una generación de la mía, de la nuestra ha cumplido 72 años. Es una cifra considerable habida cuenta de los frutos de este árbol generoso, de este poeta mitad castellano, mitad catalán, que siempre dio pruebas de honestidad social y política exhibiendo un criterio prudente en cuanto a sus orígenes, en cuanto a sus amores. Él hizo, en gran medida, que llegáramos a amar su lengua paterna, su natal procedencia. Ara que tinc vint t'anys, cantábamos a coro en su juventud, a la que le pisábamos los talones. A nuestras abuelas las llamábamos 'yayas', como es costumbre en aquella tierra que se nos distancia sin sentido común.

Serrat es un enorme ser humano, dignificado en cada verso de su lengua bilingüe; un ser especial que quiso siempre tanto a Joan Salvat como a Miguel Hernández, Machado o Benedetti, a los que puso música hasta el punto de lo sublime; quiso a Pau Casals o a su compañero Ricard Miralles, como a Lola Flores o Sabina. Es un ejemplo de convivencia que viene al caso de estos días como el sencillo anillo del que nos enamoró Neruda.

Es un gran alivio moral tener a Serrat. Lo tenemos vivo en nuestra conciencia general. No tengo miedo alguno en considerarlo un gran poeta, un gran músico, un mal actor porque lo suyo no es la pantomima ni la farsa. Serrat energético del que alancearía superlativos porque el artista nos guía por fragancias siempre nuevas, siempre delicadas. Joan Manuel aurora boreal de la canción, padre inagotable de la salud de pensamiento y la armonía. Al incendio de los cantautores franceses que le inspiraron le sucedió su resplandor de nuevas luces clásicas, aportando originalidad de nueva factura. Serrat vapulea el lenguaje a su acomodo, irrita a todo mal gusto y enciende siempre su luz encandilante, que le hace guiños a lo universal y eterno.

La voluntad del 'nano' de Poble Sec, como su verso, es de granito. Pero en el barco le acompaña una magnolia que encubre, inevitable, la nostalgia de una cultura inexistente en parte de su país y un cierto sinsabor más o menos disimulado. Abierto cuando se moja los pies en la espuma blanca de su Mediterráneo mayúsculo e inalcanzable. Él hubiera soñado su viaje de ida y vuelta por sus orillas, por sus profundidades del alma húmeda. Su capacidad presiente que será sin retorno hacia lo inmortal de la obra insigne. En su momento le golpearon duro y él salió airoso de toda afrenta miserable. Ha cumplido 72 años ileso, a salvo de cualquier mediocridad, sin haberse sentido jamás víctima, lo que lo engrandece aún más, si cabe. Él es de los que, verdaderamente, hicieron 'camino al andar'.