Lo define la RAE como un bien heredable y cuantificable. Me gusta por ello la precisión del apellido cuando el patrimonio se convierte en inmaterial. Cuando su valor aumenta de una forma indefinida. Verdad es que todo tiene su valor, que se cuantifica, que se contabiliza. Mi deseo patrimonial está más cerca de aquello que no es convertible en moneda frágil. La inteligencia, la honestidad, la sabiduría, la elegancia y otras tantas virtudes deseables. A ello aspiro como persona aunque es verdad que cuando se trata de unos bienes colectivos y públicos el sentido del patrimonio cambia por completo, aunque sigan existiendo parcelas inmateriales como la lealtad colectiva de un pueblo a sus raíces e historia. «No se ganan, se heredan, elegancia y blasón€», creo recordar que dice Machado.

Me gustan mucho los movimientos que devienen en Asociaciones en Defensa del Patrimonio; de todo él; la que se ocupa de mirar los palmos de huerta y sus peligros y ataques furibundos, es solo un ejemplo; me gustan cuando premian a alguien que se ha esforzado en guardar algo que nos ha de interesar a todos; me gustan las leyes que se dictan y que previenen el saqueo de los bienes de los murcianos. Queda ya en una anécdota la vieja costumbre del funcionario que se jubilaba y que se llevaba como recompensa a sus años de servicio, el cuadro que le había acompañado durante años en su despacho en la Entidad o Institución a la que servía. No me pregunten, por favor, no me tiren de la lengua. Hace poco se preguntaba, públicamente, alguien por un Goya que nos pertenecía a principios del XIX. «Échale hilo a la bilocha€», se dice castizamente.

Se robó, se sigue robando, se destruye, se propicia la pérdida consentida; hay que estar siempre vigilantes. Mi confianza generalizada en el ser humano está limitada por la experiencia. Acuérdense, ladrones de guante blanco de la joyas de La Fuensanta, de la calavera del San Jerónimo de Salzillo; las del Cristo crucificado del maestro barroco. No estaría de más una ley „lo propongo sin mala intención„ que revisara el patrimonio artístico (no solo la cuentas corrientes y el metálico) cada vez que los gobiernos autonómicos o municipales cambiaran de signo; hacer de una revisión catastral, una sana costumbre. Y levantar acta de que nada falta. ¿Dónde estarán los veintitantos retratos que Juan Bonafé se vio obligado a pintar para „literalmente„ comer, del general Franco con destino a los Ayuntamientos de la provincia, entonces? Me limito al Patrimonio artístico, que es el que conozco, pero suma y sigue en otras tantas parcelas. Conservemos, también, la vergüenza, que es un buen patrimonio, y que escasea con frecuencia.