La irrupción de las rotondas en el paisaje urbano es algo más moderna que la de los aeropuertos, pero más prolífica aún y no exenta de admiración para todo el mundo. A los conductores les sorprenden por el rocambolesco diseño de muchas de ellas, no exento de peligros, atascos y otros motivos para la invocación de la divinidad. A los ciudadanos, la exclamación les viene por la desmesura y dudoso gusto de ese nuevo género de arte urbano que las corona. A la Fiscalía y las fuerzas del orden les alertan de ciertas formas de corrupción que generan.

Vayamos por partes:

Un montaje de vídeo casero hacía aparecer sobre la escultura dedicada a los poetas murcianos, metros más allá del wok de la carretera de Alicante, un platillo volante que la destruía con un flamígero rayo. De haber sido cierto, hubiera sido la evidencia de que existe vida extraterrestre inteligente, pero que no haya ocurrido nada parecido es la prueba palpable de la inexistencia de inteligencia en nuestro planeta. Aunque deseara contarme entre los vates, la contemplación del monumento hace dedicar mis esfuerzos a la prosa. Advertencia para neófitos: no todo lo que se dice artístico es arte. Yo, por tener seguridad en algo, acudo a los cánones conocidos y no cuento más de siete artes. Mientras tanto, he aprendido a distinguir arte de composición estética. A esta última se le puede añadir un calificativo: clásica, vanguardista, antigua, gótica, gore, grounch, cutre, incluso tramposa, impostada, falsa y hasta un calificativo jurídico: estafa.

Sin embargo, lo que llama la atención de la acusación pública no es el gusto estético de los políticos ni el valor artístico, sino el crematístico y la corrupción que genera su contratación. No seré yo quien defienda a la mujer de César para eludir su responsabilidad política y, en su caso, penal, pero no puedo evitar acordarme de mi amigo Ramón Ataz, de su estupefacción y la de sus compañeros cuando las investigaciones del caso Umbra pusieron patas arriba la Gerencia de Urbanismo de Murcia y se practicaron las primeras detenciones. Trabajar en el ojo del huracán no es fácil, sobre todo para los funcionarios a quienes tanto denosta el polifacético José Lucas, artesano de tan incomprendida escultura. Desmantelada la Gerencia, un nuevo concejal se dirigió a los funcionarios desde su prepotencia de arribista político para conminarlos a que se ganaran su confianza. Más como una sospecha o una amenaza, antes que como un incentivo. A mi amigo ya le iban saliendo espolones: pues nosotros trabajamos para el Ayuntamiento desde mucho antes de que usted entrara en política y venimos aplicando la ley con el mismo celo, creyendo que nos debemos a los ciudadanos y no a los políticos; cuando usted deje de ser concejal, nosotros seguiremos aquí, haciendo nuestro trabajo con la misma dedicación y, tal vez por eso, quizás sea usted quien debiera ganarse nuestra confianza. Pero si sospecha de nosotros, sepa al menos que yo tengo muy clara la medida de la honradez: la misma que tenía cuando empecé a trabajar aquí. Me consta que mi amigo no aceptaba regalos de ciudadanos agradecidos, aunque sólo fuese por hacer bien su trabajo.

Pero parece que la vara de medir la honradez de alguno de sus superiores no era la misma. No seré yo quien señale con el dedo, pues que de eso ya se encargan la Justicia y las portadas de la prensa. Mientras tanto, también el fiscal o las mismas fuerzas del orden, con su imputación, señalan y condenan a la pena de telediario. Tengo claro quienes merecen tal señalamiento y no son otros que los personajes que han hecho de lo público su oficio o su manera de vivir. Podrá haber más o menos justicia en el procesamiento „¡oh, no!, ahora se llama investigación, para igualar a los imputados con los simples sospechosos„, de Cámara o de Berberena, por ejemplo, pero ellos quisieron vivir de lo público y les corresponden las portadas.

Quienes no eligieron fueron los funcionarios. La inmensa mayoría trabajan en la Administración creyendo que sirven al interés general, pero distinguen un acto reglado de la discrecionalidad, por más que se vista de técnica. Suelen ser reacios a ella porque saben que puede ser antesala de la arbitrariedad, la que tan bien conocen los políticos sin escrúpulos. Por eso, el hecho de que varios funcionarios hayan sido interrogados por la policía como detenidos por la simple razón de que su firma aparezca en determinados expedientes es una vergüenza. Y no para los empleados públicos, sino para quien no sabe distinguir el culo de las témporas. Sin duda la complejidad del Derecho , o la especialidad del mismo, puede confundir a los neófitos, pero para eso hay especialistas cualificados. ¿Será por falta de abogados? Algunos altos cargos procesados han contratado a expertos penalistas. Dime quién es tu abogado y te diré qué clase de cliente eres. Pero la Policía no necesita expertos, le basta con utilizar el método inquisitivo, sin importar a quien amedrente y qué mácula deje, lo cual dice poco en favor de la seriedad y la seguridad jurídicas. Antes de que el juez libere de sospechas a los funcionarios, ya estará dictada sentencia en el juicio paralelo de la opinión pública. No habrá remedio para su honra mancillada. Por eso es exigible de quienes representan la ley que no se conviertan en perros de presa, que no hagan escarnio de quienes simplemente se dedican a cumplir con su trabajo, que no es poco. Así que la noticia de que varios funcionarios fueron a declarar voluntariamente como detenidos es todo un contrasentido, pues que se le leyeran sus derechos y que uno de estos fuese el de no declarar, no nos debe parecer una opción aceptable, convencidos de su inocencia.

Mi amigo Ramón Ataz era también cinéfilo y poeta. No tengo la menor duda de que, de haber vivido un poco más, hubiera figurado entre los poetas rememorados por la figura que avergüenza el arte de Fidias, pero también sé que hubiera estado entre los detenidos. Por eso debo decir que la sospecha, para un no iniciado, es una mancha de aceite que se extiende y embadurna todo. Pero un profesional debe distinguirla del indicio y aplicar el bisturí con la pericia del cirujano. La duda sobre la participación de los funcionarios debe ser estudiada con cautela, pues el hecho de trabajar en el mismo lugar que un depredador no te hace formar parte de la jauría. No hay nada más dañino para la justicia que el escarnio del inocente en la plaza pública. Hoy será carnaza para los noticiarios y al tendido le parecerá grande la faena del maestro, pero hay trampa cuando lo que se lidia no es toro, sino gato. Los aficionados taurinos más avezados, cuando esto sucede, se hacen oír en la plaza: ¡Miau!