No hay nada que me agrade tanto por la mañana como que alguien me dé los buenos días. Es como ese chute de energía que te aporta una ducha de agua congelada a primera hora en pleno invierno. En verdad, si nos paramos a reflexionar, tampoco es tan difícil decir hola cuando entramos a un sitio donde hay gente, despedirnos cuando nos vamos, dar las gracias cuando nos hacen un favor... Son pequeños gestos cotidianos que no cuestan nada, pero que para el que las recibe pueden suponer un mundo. Además, dicen mucho de una persona en una sociedad en la que la verdadera crisis que ha azotado España no ha sido la económica, sino la de valores. Y ahora que parece que remontamos en la primera, hagamos lo propio con la segunda. Empecemos por dar ejempo: que tengan ustedes un buen día.