Lo bueno del periodismo deportivo es que con las brasas de la última temporada enciende la siguiente. Apenas sin tiempo para digerir las desilusiones por títulos y ascensos, nos centramos en nuevos propósitos con el mejor de los optimismos. Porque la creatividad de la información deportiva tiene una base optimista cimentada en el reto de cada apuesta, de los emprendedores que se aventuran en el camino. Cuestionamos el presente para diseñar el futuro. Así que dejamos en el cajón la frustración del Real Murcia o del UCAM por quedarse en las escaleras a Segunda y empezamos a hacernos preguntas sobre lo que nos viene.

En el caso del Real Murcia reconozco que estoy un poco desconcertado. A pesar de las metástasis que impregna sus cuentas, ha vuelto Jesús Samper para iniciar un nuevo proyecto. Coincidimos en la gala de 7TV y le pregunté si había futuro para este club: «Soy optimista», dijo y me dio la impresión de que decía la verdad, es decir, que al menos se lo creía. Parece como si se la amenaza de la desaparición se haya difuminado, como si a nadie le interesara removerla, aunque la deuda sea cada vez mayor.

El paso adelante del dueño del club parece haber tranquilizado las aguas, a pesar de que se prevén ajustes importantes. Veremos hasta cuándo. Mientras, ha confirmado la plaza del equipo y parece que atenderá todos los pagos con la plantilla. Ahora sólo falta que sea capaz de construir un equipo en condiciones para pelear en una liga que se presume más competitiva que la última, por los parques y jardines del norte de España. Aunque no sabemos si será en el Grupo tercero o cuarto, pues la Federación suele utilizar a los equipos murcianos como comodines para completar los palés.

Lo normal es que estén todos en el Grupo IV y la burla del último año quede en el olvido. Por otra parte, me alegro de la continuidad de Aira. Llegó a esbozar una despedida que muchos supusimos natural después del batacazo en el play off. Quizá también porque nadie en el club había dicho lo contrario, ni siquiera a él. Pero le han dicho quédate. El técnico se ha ganado esa oportunidad después de sacarle punta a un equipo tan mediocre e improvisado como el anterior, al que casi lo asciende. Merece la pena que se pruebe con uno de talla mayor, a ver si a la segunda (la tercera consecutiva, en su caso) va la vencida. Aunque no lo tendrá fácil, porque tendrá que afrontar el reto doble de configurar la plantilla y hacerla funcionar.

En el caso del UCAM, ha sorprendido la salida fulgurante de Eloy Jiménez. No habíamos detectado la mala relación que tenía con el director deportivo, Pedro Reverte, y que ha desencadenado su salida. Falta de confianza mutua. Cada uno por sus razones. Son circunstancias normales. El de Hellín ha hecho un gran trabajo, aún sin ascenso, pero el lorquino tiene derecho a buscar otros perfiles. Algo que suele ocurrir en este equipo casi todos los años, por cierto. Ahora tiene que atinar en la elección, porque el objetivo no será la permanencia, sino el ascenso. Tendrá más presión y menos margen de error. Tampoco le faltarán candidatos a sabiendas de que cumplen los pagos y de que van a jugar en el segundo equipo de una gran ciudad, además de pisar un campo histórico.

Y más expectativas buenas. El árbitro murciano José María Sánchez Martínez tiene todas las papeletas para ascender a Primera este verano. El lorquino lo ha bordado en las dos últimas temporadas, en las que ha tenido finales tumultuosos. Primero fue en Las Palmas, con aquella invasión prematura de aficionados canarios para celebrar un ascenso que se llevó el Córdoba. Y este año ha sido en Montilivi, con la templanza de anular un gol a los locales que les daba un ascenso a Primera, nada menos. Bien anulado por fuera de juego. Su asistente, otro murciano, sufrió un botellazo y se vio obligado a interrumpir el partido en el tiempo añadido. José María no perdió la compostura, evitó cualquier escándalo o reprimenda.

Se tomó su tiempo y después de dialogar con todos decidió que se jugaran los segundos finales. Carácter y acierto para un árbitro de sólo 32 años que dará mucho que hablar. Es curioso cómo a los árbitros les enjuiciamos con elementos opuestos a jugadores o entrenadores. A todos se les concede la presunción de inocencia, es decir, el derecho a equivocarse, pero a los árbitros no se les consiente. Si hierran es porque son malos, no porque tengan una mala tarde, cuando apenas les conocemos.

Árbitros tan indispensables como poco reconocidos desde los tiempos de Petronio, conocido como el árbitro de la elegancia y autor del célebre Satiricón, el cuál acabó por cortarse las venas. No digo más.

De modo que, como mandan los cánones del oficio, vamos a ser optimistas y pensar en verdes praderas. A confiar en los hechos y recelar de los pesimistas mal informados. Se nos presenta un largo verano.