Les conté en esta misma columna mi primer encuentro con Marcel; es el nombre que le he asignado al ratón juguetón que descubrí en la bolsa de las magdalenas sin azúcar; Marcel, por Proust, porque diose en viciarse en leer las páginas del maestro. Nos hemos hecho amigos, hemos decidido y llegado a la necesidad de un pacto entre los dos, contra natura, si hace falta y se cree necesario; como ocurre en estos días de incertidumbre política en el que todos los grupos, más allá de los apoyos de las urnas, se creen ganadores y tratan de sacar rédito a sus posiciones de ventaja. Resultados de hiel convertidos en resultados de miel; todo es viable haciendo del ideal un olvido transitorio, una amnesia irreversible. Ese mirar para otro lado con el que ofrecen la sensación de que se pactan encima con tal de tocar pelo; poder, por ponernos serios.

Mi pacto con Marcel es más ¿como diríamos? coherente, entre el humano y el roedor. Él no se afilará los dientes en las solapas de mis libros de Proust, ni paseará la noche por el escritorio, guardando y respetando el silencio debido al descanso y yo le alimentaré en horas lógicas de ingesta con rico parmesano o gouda, incluso de importación.

Los pactos políticos buscan lo mismo: equilibrios de fuerzas, templanza y llenar esa panza vacía desde hace tantos años; tantos que muchos no saben lo que es comer caliente y la ciudadanía ha dicho, se ha manifestado, que también existe el derecho a la gula en la población. En mi compromiso con Marcel está el de apartar la ratonera, ese artilugio aterrador que guillotina al inocente ratón que osa morder el señuelo puesto por la astucia burda del hombre, que es ingeniosa hasta lo insospechado. La ratonera es metáfora de la corrupción, esa tentación permanente del humanoide desquiciado y viciado en lo material; del poderoso que puede ordenar a su conveniencia y razón torcida; cuestión falaz porque el alambre siempre termina en el cuello de los que piensan que todo es posible en la rapiña de la administración de los dineros públicos, en los agasajos, en las fiestas y charangas, en las chanzas de todos los estilos.

Marcel corre de puntillas, es un ratón vulgar, de todos los tiempos. Como estos políticos insípidos sin dotes especiales para capitanear naves de mínimo calado. Con Marcel he pactado también abrir las ventanas, airear la democracia, lo que le ha parecido un gran descubrimiento y una gran posibilidad de saciar su curiosidad. Todo es cuestión de guardar memoria de lo que acontece, olvidarse de andanzas insuficientes y peligrosas. Y en eso estamos, él y yo, creyendo que todo es posible y que hablando se entienden los seres vivos, aunque él no conozca más idioma que el instinto.