Mi amigo intenta leer esta columna y cuando advierte en mí divagaciones ubérrimas, pasa página y acude a mensajes más en lo pragmático y si es en lo político, mejor. Cuando llega a expresiones y afirmaciones de mi magín como «la lluvia es horizontal» piensa para sí: «Hoy viene surrealista», y me abandona. No aguanta, con la que cae, que divague y le cuente, sin venir a cuento, por ejemplo, que si una estrella de mar pierde un brazo, le nace otro; que si el brazo perdido queda en el mar, de él nace otra estrella; pareciendo que una estrella de mar no pudiera morir jamás. Yo le invito a la doble lectura, le incito y agito en lo inaprensible, pero no consigo su lectura detenida, ni su reflexión. El lector „y no quiero reconocerlo en mi torpeza„ es sabio y tiene capacidad de decisión ante nuestros absurdas propuestas, fantasías y lirismos irremediables. Y el caso es que a veces aporto algo sublime, creo yo.
Un día escribía de la miel, de las mieles, de los azahares de novia, de abejas obreras y zánganos ociosos. De la revolución en la colmena, una al año en la que no queda un macho ni para contarlo. Y refiriéndome a insecto tan prodigioso y a vida tan emocionante recordé la prosa maravillosa de Miró: «Y a veces aparecía como un temblor sonoro, hondo, grave, la nota rubia y alada de una abeja todavía blanda y mojada de volcarse dentro de las frutas y flores; cruzaba despacio la llanura de la mesa, rasaba el yermo del encerado; se adelgazaba, se quebraba su murmuración porque había encontrado una dobladura de la madera del peral, que guardaba gusto de árbol vivo». Pero ni así, ni con la ayuda del inmortal escritor alicantino, gloria divina de la prosa que es poesía, conseguía su atención. Mi amigo me exige y está en lo cierto, que me moje, como la abeja de Miró en la fruta fresca y olorosa, que tome partido hasta ´mancharme´, como cantan los poetas que le gustan, que nos subyugan y nos siguen admirando y emocionando.
Mi amigo, con los años, vive radicalizado en las verdades y obvia mis sueños y afanes de literatura, de conjunción de las palabras; de decir y no decir nada; de dejarle al lector su propia interpretación de lo que acaba de leer, seguramente obligado a releer para tratar de llegar. Es una fatalidad mía esperar tanto sin ofrecer nada. A mi amigo le asiste toda la razón para ir directamente a la crónica de deportes y a los berrinches de Ronaldo; a las entrevistas a la gente del espectáculo, a las editoriales razonadas de quién hace crónica social y política de lo que sucede y nos atañe.
Lo mío es como silbar en mitad de la batalla con las manos metidas en los bolsillos; una ingenuidad peligrosa y temeraria. Cada uno es cada cual, y no hay remedio ni me han explicado por qué debo cambiar mi forma de ver la vida.