Final en la vida de Jesús Hermida, periodista, que había nacido durante la Guerra Civil en Ayamonte, en Huelva, allí donde las casas tienen torretas y miradores de bandera para ver llegar a los barcos de pesca. Él era hijo único y su padre, un día de mala mar, no volvió a tierra. Nunca regresó y la angustia solo le devolvió las gafas y poco más del pescador que había perdido la vida entre aguas y tinieblas. La madre de Jesús enlutó para siempre y el chico se fue a Madrid a abrirse camino tras mirar por última vez el horizonte. Los grandes hombres o mujeres se distinguen porque en ellos hay una línea horizontal de fondo que les llama.

Hermida no era un escritor, era un hombre por y para la televisión; su narración en castellano cuando el hombre pisó la luna le dejó una huella tan grande como la del propio ser humano sobre la superficie del satélite. Por dos veces fue corresponsal de TVE en América y de ella heredó los tics americanos que le dieron personalidad en el medio. Flequillo a lo Kennedy a los que conoció bien; llamo a su invento de abrir la televisión a la mañanas A mi manera, como la canción de Paul Anka que popularizara Sinatra. 'Las chicas Hermida' fueron las redactoras que contaron con su simpatía y oportunidades.

El maestro de periodistas tuvo relación directa con nuestra región. Hombre de la mar oceánica, tuvo casa durante muchos años en Mazarrón sin que la visitara demasiado. Hizo sucesos para Abc y en Murcia firmó los reportajes de alguna crónica muy negra: los crímenes de los niños Hernández del Águila, y la niña Piedad como responsable. De aquel trance no guarda muy buen recuerdo nuestro Ismael Galiana, que le acompañó para hacerle el trabajo más fácil.

Su hijo Jesús trabajó en mi equipo de televisión en una época de vorágine productora de imágenes; el chico había perdido a su amigo Antonio Flores y se encontraba desorientado. Hermida padre siempre me agradeció el apoyo y me regaló una idea para la televisión. Los puntos cardinales de la cultura española. La detención del poeta Miguel Hernández la primera allá en la tierra fronteriza del periodista; las casas de piedra de Rosalía, en Galicia o la de Vera de Bidasoa, de los Baroja. Moguer, siempre Moguer y Juan Ramón; Teresa de Ávila; la cárcel miserable de Cervantes; la cabeza extraviada de Goya.

Hermida sabía del espectáculo de la televisión, casi la había descubierto y en ella se realizó durante muchas temporadas, en tiempos anteriores al inicio de las cadenas privadas. Luego, Antena 3 fue su casa. Y cuando dejó el día a día duro del medio, preparaba talentos para el futuro. Uno de ellos fue el lumbrerense Adrián Buenaventura Romera, a quien aconsejó y enseñó parte del oficio de presentador. Maestro indiscutible solo erró en su última entrevista con don Juan Carlos I; trabajo fuera de su talento habitual y sabiduría de hombre grande de la comunicación.

La historia del periodismo español pasa por su figura, por su horizonte onubense, por su estilo y personalidad fuera de toda discusión. Para mí fue imborrable aquella conversación en la cafetería de unos grandes almacenes murcianos, donde, sinceramente, humanizó su grandeza.