Dicen que cada persona es producto de lo que come, pero yo creo que, además, lo que mejor retrata a los seres humanos es lo que son capaces de cocinar. Guisar para uno mismo o para otros requiere tres ingredientes: calor, tiempo y paciencia, los mismos que necesita un huevo para convertirse en el pollo de una gallina o de un águila, según el caso. La televisión nos ha descubierto que la pasión por la cocina está calando tanto en las generaciones más jóvenes que la viven como una especie de militancia, igual que otros viven la política. Hace tiempo que algunos gurús de los fogones apostaron por convertir la gastronomía en un laboratorio tecnológico, en el que la comida resulta irreconocible, aunque se presente como una obra de arte. Puede que sobre gustos no haya nada escrito, pero sigue habiendo dos clases de comida: la que está buena y te alimenta y la que está exclusivamente destinada al lucimiento del autor. En cualquier caso, alguien capaz de invertir tiempo y paciencia en administrarle el calor que necesita un puchero para transformar un puñado de ingredientes en un plato apetitoso merece el máximo respeto y agradecimiento. Ponerse el delantal ya es toda una declaración de principios.