La historia de Julio Alejandro Vicente Mateo ilustra a la perfección la nueva epidemia que está arrasando la política española. Este abogado oriolano figura en el número 4 de la candidatura autonómica de Podemos por la provincia de Alicante, mantenía hasta principios de esta semana el carné de militante del PP, figuraba como presidente de un partido local con el sugerente nombre de PaCO (Participación Ciudadana de Orihuela), admitía haber militado en otra formación independiente llamada PRO y también había tenido tiempo para pasar una temporada en Compromís. Preguntado por las aparentes contradicciones existentes en su intensa biografía, el candidato se definía a sí mismo como «una persona con muchas inquietudes políticas», utilizando un piadoso eufemismo para justificar un currículum extenuante, más propio de un hombre bala de las ideologías que de un aspirante a diputado en un parlamento autonómico.

La aparición de personajes de este tipo es una de las consecuencias más negativas de la conmoción que ha sufrido el mapa político nacional. La explosión de formaciones como Podemos o Ciudadanos ha desatado las expectativas de una legión de arribistas, que al grito de ahora o nunca intentan entrar en la política por la vía rápida, esquivando los incómodos mecanismos de control que se aplican habitualmente en los partidos tradicionales. Los nuevos movimientos liderados por Pablo Iglesias y Albert Rivera le han aportado a la política española un soplo de aire fresco y han puesto sobre la mesa la necesidad de una transformación profunda de los métodos y de los mensajes; también han contribuido a sacar de su pasividad cívica a miles de personas honestas y bienintencionadas, que creen que pueden contribuir a transformar un paisaje social deprimente, lleno de injusticias y de corrupción. Sin embargo, la rapidez con que se han producido estos acontecimientos ha hecho que alrededor de estas formaciones emergentes se haya reunido un peligroso enjambre de oportunistas, dispuestos a saltarse todas las reglas del decoro ideológico para conseguir la suprema bicoca nacional: un cargo público con su correspondiente nómina mensual.

No estamos ante un caso único. Los dispositivos de filtrado no están funcionando correctamente y todos somos capaces de encontrar en las candidaturas municipales de nuestros pueblos a alguno de estos especialistas en funambulismo político, capaces de pasar en sólo unos meses desde los más inquebrantables principios de la derecha de orden a la militancia apasionada en la izquierda radical de pañuelo palestino y asamblea. Como suelen ser tipos muy hábiles, en muchas ocasiones han conseguido colocarse en puestos importantes de las listas y si nadie lo remedia, dentro de poco los veremos sentados en nuestros salones de plenos, tomando decisiones estratégicas sobre urbanismo, educación o sanidad.

Los especialistas en política consideran que la aparición de esta cofradía de chicos listos es un peaje obligatorio, que han de pagar unos partidos recién creados, que se han visto superados por la magnitud de su éxito y que han tenido que improvisar en unos meses las estructuras que a otros les ha costado años construir. Despachan el asunto como un problema menor y anuncian que el tiempo se encargará después de hacer de forma natural los ajustes necesarios, colocando a cada uno en su sitio.

Por desgracia, las cosas no son tan simples. La proliferación de estos amigos de conveniencia puede convertirse en un serio golpe para la credibilidad de propuestas como la de Podemos y la de Ciudadanos, que se presentan ante la opinión pública con vocación ejemplarizante y haciendo un especial hincapié en su compromiso de regenerar la vida pública. Personajes como el abogado oriolano Julio Alejandro Vicente Mateo tienen todo el derecho del mundo a evolucionar ideológicamente y a cambiar de opción política todas las veces que lo consideren necesario; exactamente el mismo derecho que tenemos el resto de los ciudadanos a poner en duda la solidez de su principios morales y la rectitud de sus intenciones.