Me dirán muchos que criticar a los demás sin mirar bajo tu propia alfombra es un recurso fácil del que los españoles solemos abusar con frecuencia. Ya sé, ya sé. No debería meterme con la educación con la que los padres tratan de guiar a sus hijos, pero sí que lo voy a hacer con aquellos que, sin el más mínimo pudor ni un ápice de conciencia ciudadana, han sido capaces de inundar las calles de nuestros pueblos y ciudades con millones de botellas, vasos, cristales, plástico, etc..., fruto de los botellones con los que han decorado la Semana Santa. Claro que si hablo de ellos, también debería ir al origen, a la formación que les impartimos en casa. Dice la buena de mi hermana que los jóvenes, a pesar de que saben que está mal llenar de porquería las vías por las que todos transitamos, se imitan unos a otros y así luego todos nadamos en basura. ¡Mira qué bien! Da igual que el contenedor esté a cinco pasos o que pasen niños y mayores mientras beben. Aquellos que desprecian la convivencia con el resto de los mortales nos están diciendo que el futuro no puede ser de ellos. Tratemos de que esto no se vaya de madre.