Este personaje de ficción cinematográfica nace al mismo tiempo que el cine de un gran maestro: Jacques Tatí; más aún, Hulot es el propio Jacques Tatí que se inventa a sí mismo y se caracteriza de un ser maravilloso para ironizar e interpretar al dueño de su imaginación, sobre el mundo que le rodea. Hulot, en la primera película, vive un Día de Fiesta en un pequeño pueblo francés; ahí empieza a dar las claves de su proceso creativo; en la siguiente La Vacaciones de Monsieur Hulot, el cineasta llega a una síntesis del ser humano fascinante. Le siguen Mi tío; Play Time; Tráfico, algún corto anterior y poco más. Tatí entra en el país de los genios con media docena de películas y eso, sí, con centenares de gags en ellas que le hacen un maestro del humor, siempre en una humildad creativa a base de talento. Sus filmes no necesitan muchas palabras; en muchas secuencias, ni una de ellas. Como en el verdadero cine que buscaban los cineastas del entusiasmo, definidos por Cocteau, trabajados con Chaplin.

Todos, yo al menos, le quisiéramos de amigo; un Hulot es una bendición entre los seres humanos; su serenidad, su templanza, su ironía ante la perversidad de los tiempos modernos; su gentileza ante el amor que vive en soledad, sin desesperanza; cordialmente con la vida. Hulot resulta ejemplar y, por tanto, su inventor, su padre creador, también. Tatí nos propone un personaje cargado de dignidad, de ingenuidad, de alma acristalada a quién nadie, en su sano juicio, querría hacer daño. Con su gabardina y su movilidad en bicicleta, con su hogar sobre uno de los áticos parisienes de difícil acceso a través de terrazas y escaleras, nos habla y nos cuenta de la sencillez de la vida; de la necesidad de la existencia humilde; sin aspavientos y sin el terror que produce el mal humor continuo en estos tiempos.

Si los seres humanos fuésemos como Hulot la vida sería formidable, educada, llena de encanto en las relaciones de los unos con los otros, más ligeras o más intensas. Hulot nos enamora en cualquier situación haciendo de la paciencia un milagro, de la esperanza en la belleza, una conquista inalcanzable. A Hulot pareciera que nadie sería capaz de abandonarlo a su suerte, porque él la irradia en donaire distraído y melancólico, que parece superficial y es, sin embargo, todo un tratado de bondad y emoción bien entendida. «Consuelo es de sabios -nos dice Gracián- haber dejado las cosas antes que ellas los dejasen». Hulot parece -solo lo parece- no necesitar nada ni a nadie; me temo que no será así, que solo la imagen de su carácter de invención. Solo supo más de él el propio Tatí que no tuvo tiempo de contarnos más cosas de su criatura. Esa que nos fascina cada vez que se proyecta su imagen en la pantalla.