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Seguir a Cristo

Durante la Semana Santa, desde la fe o la incredulidad, con interés o mera curiosidad, con fervor y pasión, acontecidos o estremecidos, extrañados, sorprendidos... De mil maneras ¡todos seguimos a Cristo!... O quizás, es Él quien sale a nuestro encuentro por calles y plazas donde procesiona su imagen, representada en bellísimas esculturas que no dejan resquicio al olvido o indiferencia. El estallido variopinto de flores y aromas en primavera, alfombra graciosamente los aires del querer. Creer o no creer. Dios es quien da el don de la fe.

Pedirle que nos dé o aumente nuestra fe. Seguir a Cristo en el devenir de nuestras vidas, por calles de amargura pero también por otras de esperanza y alegría. Martes santo, una nueva primavera de fe estremece los corazones mientras andamos metidos en los mil asuntos que nos ocupan y preocupan. Vemos pasar los cortejos procesionales con profunda devoción o quizás un poco distraídos; mientras, Él no se cansa de salir, una y otra vez, a nuestro encuentro. Querer de Dios. Seguir a Cristo que nos llama por nuestro nombre, incluso por nuestro apelativo familiar.

Seguir a Cristo con todo lo que tenemos, tal como somos porque así nos quiere, Él nos ha redimido, ha pagado con creces el precio de nuestro rescate y salud. Esplendidez del amor de Dios que quiere la salvación de todos. Amor con amor se paga. Con cuanto tenemos aunque su valor apenas llegue a esas dos monedas que dió la viuda de Sarepta, a quien tanto alabó el Señor.

Murcia nazarena traza con sus desfiles procesionales, el itinerario de La Pasión. Plazas y calles se transforman en lugares de oración, de encuentro con Quien cargó con todas nuestras cruces. Contemplar a Cristo. Seguir a Cristo y como Simón de Cirene ayudarle a llevar la cruz. Dolor, paz, silencio, oración.

Fiestas de Primavera. La ciudad de Murcia, nazarena, huertana y sardinera, se entrega generosa para celebrar sus fiestas, acogiendo entrañablemente a cuantos quieran gozar de ellas. Murcia, Huerta de Europa, donde en una tarde de primavera se pueden contemplar los mejores destellos del amor de Dios.

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