El otro día estuve en un partido de bolos huertanos en Los Garres. No jugando, que somos analfabolistas, toda una pesambre para quien les escribe aquí todos los domingos dándoselas de achopijero. Hacía tiempo que no vivía una tarde tan agradable, al solecico primaveral de la huerta, entre limoneros, con amigos y familia, buena gente y condumio del que alegra la semana. Fue en La Chamba, valga la recomendación€ Y el remate fue el partidazo de bolos huertanos, al que asistimos como auténticos papanatas capitalinos, porque saber, algo sabemos, pero somos pringaicos máximos en el juego, y es una pena. Lo primero que nos dijimos a nosotros mismos es que ya no puede pasar más tiempo sin aprender, que el objetivo de montar un equipico hay que verlo después. Y lo segundo fue preguntarnos por qué pijo no sabemos todos jugar, o al menos, las reglas, como sabemos hablar o echarle limón a la vida.

Porque lo de los bolos huertanos debería ser obligado en Primaria, que los zagales se pimplan horas de gimnasia muertas en las que bien podríamos darle a nuestras tradiciones bola, nunca mejor dicho. Allí estábamos, asistiendo a todo un gigantesco mundo de gestos y movimientos autóctonos marcados en la huerta por siglos, imaginando audiencias rompedoras en la televisión regional, con todo un mundo de competición, graderíos, piscolabis de habas tiernas, entradas, apuestas y el copón bendito en verso alrededor de un mundo que no agoniza porque hay románticos que se han encargado de apuntalarlo como un juego de hermanos para pasar las tardes de los sábados (honor a la Federación Regional de Bolos Huertanos).

Y los millonarios comprando equipos de fútbol y largándose a los dos años€ Será el murcianismo este de mis venas, pero que me entierren en ñoras si los bolos huertanos no tienen madera para hacerse un hueco en el deporte, al menos, como lo es la pelota en el País Vasco. Vaya preciosidad las finales de la Copa Fuensanta en el campo de bolos exclusivo para el partido del año, donde se enfrentan los dos mejores equipos. Allí arriba junto al Santuario, durante todo el día actos huertanos y barracas abiertas, y la reventa por las nubes, con los patrocinadores peleándose por los anuncios entre los primeros juegos, los polos característicos de los dos equipos finalistas, con su publi molona murciana, agotados en todas las tiendas especializadas y los jugadores con más puntos del año entrevistados en los medios, grandes peces y héroes locales, liga escolar, la recuperación de cientos de palabras , los juegos de bolos artesanos, la recuperación de una industria, las familias jugando en las playas y los niños pequeños imitando a sus héroes, calculando la distancia de bombeo con el bolo junto al ojo, y lanzándose a la tierra húmeda para hacer un pleno. Será un sueño murciano más, pero ahí está, esperando que alguna vez se haga realidad€

¿Jugamos a los bolos huertanos? Vale.