Si hablamos de zafa y de zafero, pocos recordarán ya que ambos elementos eran esenciales en el ajuar de la casa. Zafa era un nombre corto y manejable, alejado de los aparatosos palangana y jofaina, como manejable y ligero era el recipiente de porcelana imprescindible para el aseo de cara, manos y, con perdón, otras partes, cuando no había agua corriente, por lo que se lavaba uno lo imprescindible. Pero de poco valía la zafa sin un zafero: sencillo artificio de forja, con tres patas, coronado con un aro sobre el que se colocaba la zafa y dos ´orejas´ laterales para la parella o la toballa, que se instalaba en la placeta, el porche o la cocina, donde se hacían las abluciones antes y después de las faenas domésticas o del campo; o, en su caso, un mueble fino del dormitorio, generalmente de madera, que contaba además con una repisa baja para colocar jabones y perfumería, e incluso el neceser (llamado aquí por algunas acesé), con la bisutería y abalorios, y un buen espejo movible, imprescindible para el arreglo de la señora y el afeitado del caballero.