Cuando recibí la invitación me quedé estupefacto. ¿Qué hacía uno de los más destacados cantantes del mundo abertzale, vivero social y apoyo ideológico de la ETA, en Barranda, en nuestra Barranda? Kepa Junkera en Barranda era un imposible, porque representan exactamente lo contrario. Junkera aparece siempre en los manifiestos en favor de los presos de la ETA y en las marchas de apoyo para pedir el fin de la dispersión, pobrecitos. Su calidad como músico, excelente sin duda, no puede empañar su catadura moral, solidaria con criminales de la peor especie, que no se han arrepentido, ni entregado las armas, y que, encima, están intentando imponer, con el apoyo de todo el nazionalismo y buena parte de esta desdicha que es la izquierda española de hoy, un relato sobre la organización neonazi y mafiosa que ha sido la ETA en el que aparece a la misma altura de sus víctimas. A la altura de la nuca, debe entenderse, donde las víctimas ponían la nuca, y los etarras, la bala. Solo por esto, Junkera no debería haber estado nunca en Barranda. Pero es que, además, Junkera es una de las figuras principales del nuevo movimiento separatista Gure Esku Dagu, autor de la música del himno llamado a movilizar a los vascos hacia la independencia. Así que el señor Junkera que venía a cantar a Barranda (España) es el mismo que quiere, en primera línea, separarse de Barranda (España). Y, que yo sepa, nadie quiere separarse de aquellos a los que estima. Antes bien, de aquellos a los que odia, fermento esencial del nazionalismo racista vasco. Creo que nada de esto lo sabían mis amigos de Barranda. Han pecado de incautos. Por eso, y por lo feliz que he sido tantas veces en esa fiesta, no quise decirlo entonces. Que cante, libremente, quien representa el odio hacia nosotros. Porque siempre fuimos mejores. Porque Barranda nació contra las falsas fronteras autonómicas y para memoria de una cultura que desaparecía a los pies de la modernidad y de la desertización del campo. Barranda estaba allí para demostrar que había una España verdadera y ajena a las componendas políticas, que se reencontraba en la música y el baile. Y porque es una fiesta para la alegría, en la que el único que no pintaba nada es quien sigue apoyando a quienes usaron el asesinato y el terror para separar a los hombres: Junkera.