De un tiempo a esta parte, parece que el rey Juan Carlos se ha convertido en objeto de toda clase de críticas. No se alarmen, sólo ha sido en los últimos cuarenta y tantos años. Desde que tengo uso de razón, cuando todavía era príncipe de Asturias, no se le respetaba mucho entre los afines al Régimen. Soy impreciso en mis recuerdos, pero la impresión que daba era la de un expósito adoptado piadosamente por el omnipotente Caudillo.

La Transición fue en su momento inicial, un ´a ver qué pasa y por dónde nos sale´. Dimitió Arias Navarro con lágrimas en los ojos y, ahora, al cabo del tiempo, creo que efectivamente fue el rey quien se las provocó: no era lo que Franco hubiese esperado. Pero inicialmente Adolfo Suárez era un hombre del Régimen, había sido secretario general del Movimiento; ¿quién iba a pensar que se convertiría en el gran conductor de la democracia? Hoy creo que es impensable que esa tarea fuera llevada por una sola persona. Indiscutiblemente fueron varios y la Historia va poniendo a cada uno en el lugar que le corresponde. Para empezar, el rey Juan Carlos se inmoló como Jefe de Estado; si había heredado el poder absoluto de Franco, ¿para qué renunciar a todo el imperium y quedarse en un monarca parlamentario?

Si el rey tenía enemigos entre la izquierda, republicana en su inmensa mayoría, no tenía menos en la derecha. La desconfianza hacia los Borbones ha sido secular en nuestro país, al menos desde Fernando VII para unos y desde Isabel II para otros. El inconsistente debate dinástico entre isabelinos y carlistas (en nuestro país nunca rigió la ley sálica, por más que los tradicionalistas mantuvieran lo contrario, como herederos de una tradición franca, surgida en torno a una falsedad) fue el casus belli de las guerras carlistas del XIX, muy probablemente el origen de los nacionalismos actuales, que socavaron todo el prestigio que pudiera tener la dinastía borbónica en nuestro país. Las veleidades de Alfonso XIII, producto de sus ínfulas militaristas, nos llevaron a estrellarnos en varios frentes, especialmente en Marruecos y Cataluña, con las despiadadas represiones -de aquellos polvos también vienen estos lodos-, no mejoraron la imagen de la monarquía.

Pero Juan Carlos I hizo honor a una parte de un adagio canalla que persigue a su familia: los Borbones nunca aprenden nada, pero nunca olvidan nada „permítanme que juegue con el orden, es como la botella medio llena o medio vacía„. Tengo mis dudas sobre la primera parte, pero estoy seguro de la segunda. Juan Carlos I apostó por una democracia occidental y eso es indiscutible, pues sin él hubiera sido mucho más complicado alcanzarla. Jugó el papel simbólico que nadie más que él podría interpretar. Era Jefe del Estado y por lo tanto representaba la unidad de España, y era Jefe de las Fuerzas Armadas y con ello tenía el respeto de los militares, siquiera sea por simple cuestión de jerarquía y, aunque sus méritos estaban por demostrar, lucía sus estrellas de Capitán General.

De manera que el Rey supo administrar con prudencia sus potestades, nombró a los procuradores en Cortes que correspondía por designación real y puso en marcha, con el inestimable protagonismo de Suárez „Alfonso Guerra le llamó ´tahúr del Misisipi´, por su habilidad para esconder sus cartas„ y de otros cuantos notables, la Transición hacia el Estado que hoy tenemos constituido.

Unos años después, la intervención del rey fue decisiva para poner fin al golpe del 23 de febrero del 81. Aunque haya quien hable de una teoría de la conspiración „otra de tantas„ y de que el rey formaba parte de ella „haciendo ridículo el argumento, pues que fuera el rey quien conspirara contra ella para recuperar los poderes a los que él mismo había renunciado y dar un salto atrás en la Historia, después de haber apostado por una monarquía a la manera inglesa, parece cuando menos poco coherente„, lo cierto es que aquel discurso a media noche, con el timbre ligeramente tembloroso y el rostro algo perturbado „no era para menos con lo que estaba pasando„, puso fin al último pronunciamiento militar de dos siglos de historia de ruidos de sables.

No vamos a hablar de los 39 años de reinado, de conocer a todos los líderes políticos del mundo, de todos los colores, religiones y regímenes, de negociaciones en la sombra (no es nada despectivo, es lo que hacen todos los diplomáticos) y de algún exabrupto con cierto presidente mesiánico.

Pero desde hace unos años parece que se abrió la veda. Si Julio Anguita mantuvo su respeto por el rey al tiempo que sus convicciones republicanas, sus sucesores parecen haber surgido ex novo, con su vetusta aversión antimonárquica. Las nuevas generaciones de socialistas se mueven entre apetencias republicanas y el respeto institucional por el status quo. A las nuevas facciones progresistas parece que les faltan los dos últimos temas de Historia, que no entraron en la Selectividad. Pero la derecha franquista no se ha quedado atrás y también ataca, no tanto a la institución, como al monarca.

La desgracia de una hija enamorada de un balonmanista imputado por diferentes delitos de tráfico de influencias no le ha ayudado mucho. Sólo les pido que se pongan en situación, que se imaginen, queridos lectores, que eso le pasa a una hija suya: ¿qué harían? ¿saldrían a la palestra a pedir perdón para su hija? ¿denostarían públicamente al yerno que se aprovechó de su relación con su casa? ¿O harían como Michel Corleone con el marido de su hermana? Tal vez lo más prudente fuera correr un tupido velo y dejar que esa batalla la libre su hijo. ¿No es lo que se ha hecho siempre cuando los padres están mayores y hay un hijo en edad de ir a la guerra?

Pero las negras siguen empeñadas en dar mate al rey blanco (el color que le corresponde como Borbón, junto con la flor de lis). Ahora una demanda de paternidad parece que saca a la luz algunas andanzas secretas. Bien para la prensa del corazón (perdón por utilizar el nominativo prensa). Pero, ¿qué quieren que les diga? Prefiero que sea Boccherini quien toque esa Música nocturna por las calles de Madrid. Después de todo, Chopin murió de tuberculosis y ello no quita que su Estudio Revolucionario sea una pieza magistral y el timorato Mozart murió a medio componer su imponente Réquiem.

Permítanme que termine con la frase de un viejo colega. Cuando en una partida de ajedrez alguien le amenazaba con darle mate en pocas jugadas, invariablemente contestaba: «Noventa y nueve como tú y un hombre».