Perdone que le moleste, pero mañana es Nochebuena y aún no he comprado los regalos. Este año me voy a estirar menos que un portero de futbolín, que está la cosa muy chunga. Con decirle que en mi casa, como no le saque los solomillos al buey del Nacimiento no sé qué carne vamos a comer.

El caso es que me he venido arriba. Voy a ponerme la batamanta encima del esquijama y acercarme al establecimiento asiático multiproducto chinoso de la esquina a comprar mi regalo de este año. Con diez leuros me apaño seguro.

El Amigo Invisible es el regalo estrella para los tiesos de espíritu o de bolsillo como yo. Por ello dilapidaré un euro para adquirir la miseria de metro de papel de regalo con lo que envolver el presente „que, por cierto, parece de fumar y como le tosas se rasga„. Otra segunda moneda irá destinada a comprar un pedacico de cinta roja con el que atarle un bonito lazo. Un tercer euro más para el papel celofán ese que se pega menos que un novio gay y con los siete restantes voy a hacer un regalazo: he pensado en un lagarto o chata de plástico, que aunque ya no se lleva, con la crisis se va a poner otra vez de moda.

Antiguamente hacía un frío de mil demonios, recuerdo que Aznar no había traido aún el cambio climático. Nadie salía a orinar a media noche al pasillo. Redirigir las aguas menores por los canales de la vergüenza era un incordio. Desde que los arquitectos de la democracia diseñaron el baño contiguo a la habitación de matrimonio ya nadie usa orinales.

Esta vez celebramos en casa la Nochebuena. Por enésima vez vamos a hacer el Amigo Invisible. La idea partió de mi cuñado, el de Murcia, que cuando vio lo bien que salió en su empresa de criadillas en conserva, rápidamente se lo dijo a mi cuñada para que lo organizara todo. Es un momento de enorme felicidad y ansia contenida entre toda la familia.

El año pasado a mí me tocó regalarle al gato y le compré un bono para la piscina que no le hizo mucha gracia. En cambio tuve la mala suerte que yo le toqué al canario y como no puede salir, no me compró nada. Me quedé con la miel en los labios, compuesto y sin regalo. Aunque al pájaro le va peor, le pasa lo mismo que a la Pantoja, que siguió al pie de la letra los versos de Luis Cernuda: la libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien.

Eso de los presentes no es empresa baladí, a los mayores de la familia es fácil: colonias que no se la echarías ni al fuego, calzoncillos de color azul cielo con aureola ocre in the center, cheque regalo para unos masajes en la residencia de la tercera edad que él elija (a ver si con suerte le gusta y se queda), pañuelos para el moquillo, calcetines tapa-canillas de ejecutivo, que valen para todo menos para ejecutar, aunque bien visto te los puedes poner de media en la cara y atracar un banco. Y por último helos de talla grande, espuma de afeitar o andadores de leopardo.

A las señoras lo típico: bolsos del mercadillo, batas rosas de felpa, joyeros de los hippies o un conjunto de lencería del puesto de la Jennifer, que sé de sobra que no se pueden descambiar y no me va a vender unas braguitas con ladillas. Ahora, eso sí, nunca le regalen semillas. Cuando yo era joven obsequié a mi novia con un sobre de semillas de rosales para que las plantase. No llegó a tomárselo del todo bien. ¡Cómo son las mujeres!

Para los adorables niños había pensado en el juego Polar Express que viene con un billete de tren al Polo Norte de regalo, pero de ida. Qué felices son, dando su porculico y todo.

Para los aperitivos de la cena tiraremos de la cesta de Navidad que me han regalado en la Bazán. Aunque, bien visto, esto de las cestas es como el Partido Popular: pasaron a mejor vida. Ahora las únicas que se ven son las verdes de Mercadona y lleneticas de productos de marca blanca. Recuerdo que mis amigos que ocupaban cargos de relevancia en empresas: quitaban en Navidad el centro de mesa del comedor para colocar la cesta de empresa con todas sus latas de espárragos cojonudos, riberas, reservas, etc.; hasta la alumbraban con un flexo cuando venían las visitas para darle más importancia que al Niñito Jesús.

El caso es, querido lector, que desde que empezó la crisis, en la mayoría de las casas se hace el famoso Amigo Invible con el cuento de que es una muy buena y económica idea. Yo no sé si es una buena o mala, lo que sé es que tener amigos, sean o no visibles, es una de las mayores alegrías de esta vida. Y, si es en Navidad, cuando compartimos y celebramos muchas cosas juntos, mejor que mejor.

Feliz Nochebuena, querido lector.