Para muchos, sobre todo centros comerciales que quieren que nos gastemos hasta el último céntimo de un salario que no nos da para muchas alegrías, la Navidad ya ha llegado, pero no estoy de acuerdo. Quizá sea la época del año en la que más lento veo pasar los días. Las grandes superficies instalan las luces navideñas allá por noviembre y el tiempo parece que se ralentiza. Al menos para mí. El año se me hace cortísimo, pero desde el 1 de diciembre hasta el 24, ó 22 para los loteros, se me hace interminable. No por disfrutar de unas vacaciones -hace ya tiempo que dejé de hacerme ilusiones en este sentido-, sino porque me mola la Navidad. Esos encuentros familiares alrededor de una bandeja de turrones y cordiales, con guitarra en mano y letras de canciones desempolvadas de la memoria; esas cenas o comidas con los amigos que, aunque con menos pelo y más cuerpo, seguimos siendo los mismos; esas compras de última hora; esa eterna indecisión: ¿Corbata o pajarita para Nochevieja?... Pero nada, que aún no llega. Eso sí, el frío ya parece que viene para quedarse. Buen síntoma. Tendré

que guardar las camisetas de manga corta.